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Linchamientos y héroes

Rafael Orduz
24 de marzo de 2015 - 03:16 a. m.

Un patíbulo se está montando para ejecutar a otro “malo” de la tribu. Es probable que el prontuario que se le atribuye corresponda a hechos ciertos. Algunos relacionados con la función de magistrado, otros con tierras adquiridas después de “limpiezas” de parte de grupos paramilitares, juegos para desheredar a alguna de sus hermanas.

En realidad, se trata sólo de un caso particular de la cultura del atajo practicada desde ciertos círculos de poder o de parte de algunos que anhelan pertenecer a éstos. El linchamiento del individuo no contribuirá a la construcción de nuevos valores ni a reconstruir un aparato de justicia digno.

El ejercicio de la justicia mediática guarda relación con la forma en que se construyen las imágenes de los héroes, arquetipos que se contraponen a los de los “malos”. En simetría con los linchamientos, que no generan las bases para nuevas realidades, tampoco se construye una plataforma para que los verdaderos héroes se multipliquen.

¿Quiénes no son, definitivamente, héroes? Para comenzar, no lo son ni los que toman las armas en los grupos ilegales, ni los narcos, ni los que promueven cualquier tipo de violencia para dirimir diferencias, ni los que practican la cultura del atajo, por exitosos que parezcan y sirvan de modelo a más de uno.

El país se volcó a Nairo y Rigoberto después de sus éxitos, cuando éste último resultó subcampeón en los olímpicos y el boyacense campeón del Giro. Son héroes, en realidad, por el arduo trabajo de años, por la superación de tragedias familiares (Urán), por su talento. Aquellos que, en contextos de violencia, no se afiliaron a grupos armados y hoy juegan en las ligas mayores (Cuadrado). Ibargüen, la disciplinada y hermosa morena del salto triple, que compite contra sí misma. El éxito, las medallas, son el resultado de largos recorridos.

Son heroínas anónimas las mujeres cabeza de hogar que, aparte de la jornada laboral, le meten cuatro horas de ida y vuelta de su casa al trabajo, con hijos adolescentes expuestos al consumo de droga, con frecuencia abuelas prematuras, que pedalean para romper, por algún lado, la trampa de la pobreza.

Están aquellos maestros y rectores que se esmeran en ofrecer una educación de buena calidad a sus alumnos en pueblos apartados de Nariño, Bolívar o Santander, en las capitales, sin medios satisfactorios. Y chicos de origen humilde que le sacan todo el jugo a la oportunidad de estudiar y son músicos egresados de conservatorio o productores digitales de primera calidad.

Tiene cabida el empresario innovador que pone todo su esfuerzo en servir con la mejor calidad a sus clientes, buscando mercados, compitiendo limpiamente, aprendiendo de las mejores prácticas.

En una palabra, son los procesos los que hacen los héroes. Por tanto, no es suficiente la exaltación de los éxitos como hechos cumplidos sino la generación de oportunidades, incentivos y condiciones para que muchos colombianos, con su esfuerzo, puedan desplegar su talento.

 

 

 

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