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¿Llorar por más sangre derramada?

Aura Lucía Mera
20 de mayo de 2014 - 03:24 a. m.

El tiempo se agota. Estamos, como cuando se cruza en avión el océano, en un punto de no return... O se pasa el charco o se cae el aparato, ¡no se puede devolver! También me acuerdo del dicho popular: “inútil llorar por la leche derramada”.

La diferencia es que en estas elecciones no se trata de leche derramada sino de parar el derrame de sangre que nos ha inundado durante más de medio siglo.

Siempre he creído que todos los procesos de paz se han gestado con las mejores y más honestas intenciones de nuestros gobernantes. Casi se logra con el presidente Betancur, de no haber heredado toda la bazofia militar que le dejó su antecesor Turbay. Y el país, con la desmovilización del M-19, ha podido comprobar que personas que estuvieron por la lucha armada pudieron integrarse a la vida civil y ocupar puestos en la política nacional, con honestidad y buena gestión. Ejemplos como el de Antonio Navarro, Carlos Duplat, Gustavo Petro, nos lo demuestran.

Lo que no me cabe en la cabeza es el método demencial del expresidente Uribe para conseguir quedarse en el poder. Su capacidad de vender miedo, mentir, manipular y pasarse por la faja todo principio ético, sin importarle un rábano enfrentar al país a una guerra civil... Mejor dicho, sí me cabe en la cabeza la perversidad de Uribe; lo que no me cabe es que los colombianos le crean y lo sigan.

Aunque no extraña, en personas con desorden sociopático, que arrastren masas y se conviertan en caudillos... Tenemos a Hitler, Mussolini, Pinochet, Franco... Tienen una especie de poder diabólico para convertir en fundamentalistas a personas que antes tenían una forma de pensar normal.

Creo que la única pregunta que nos deberíamos hacer los colombianos —sin importar raza, condición socioeconómica, edad, preferencias ideológicas— es si nuestro voto será por la continuación del desangre, del paramilitarismo, de la coacción de la libertad de expresión y opinión, del espionaje y la corrupción rampante, de la polarización salvaje entre “el bien y el mal”, de la discriminación sexual, todo lo cual sólo nos dejará más campesinos muertos, más familias desplazadas, más políticos espiados, y nos devolverá a épocas de caverna e inquisición, entre otras cosas.

O si seremos capaces de tener el valor, porque se necesita valor, para mirarle la cara a la paz; tener el coraje de mirar de frente a ese hermano de patria que se convirtió en el “enemigo eterno”. Demostrar que sí somos capaces de empezar a vivir en forma diferente, de no tener miedo a los cambios, de reconocernos, de aceptar nuestras responsabilidades como civiles, pertenecientes al establecimiento.

El miedo paraliza. El valor mueve corazones y marcha hacia adelante. ¿O será que estamos tan, pero tan acostumbrados a la sangre, a los “falsos positivos”, al desplazamiento, a la violencia irracional, que preferirnos quedarnos inmóviles e impedir que Colombia tenga otra oportunidad de empezar a convivir en paz? ¿Seremos tan cobardes y tan pasivos para no apostarle al cambio? Si perdemos esta oportunidad, ¿seremos capaces de mirar a nuestros hijos y nietos con la frente en alto? Está en nuestras manos. Este domingo será una fecha crucial.

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