Lo bueno, lo malo y lo feo de la sociedad colombiana

Columnista invitado EE
28 de julio de 2017 - 12:07 a. m.

Alberto López de Mesa*

Con la musicalización que hizo Emnio Morricone para el clásico del cine western, nuestra cámara callejera hace un paneo por las tres realidades simultáneas de nuestra Colombia:

Lo bueno: La mejor estudiante de sexto grado explica en la izada de bandera que la geografía del país es privilegiada al tener costas en los dos océanos. Su ubicación tropical, su sistema montañoso, sus fuentes hídricas, sus llanuras, lo favorecen de biodiversidad y de regiones de naturalezas, de culturas distintas y preciosas. Sus gentes han demostrado, a través de la historia, talento y tesón para superar adversidades. Por eso con muchos los destacados en la ciencia, el arte, el deporte, la economía y…

Lo malo: Analistas independientes y sensatos coinciden en reconocer una tradición de inequidades, una consecuencia de la riqueza en manos de unas pocas familias que, a su vez, se han repartido el poder desde los orígenes de la nación hasta nuestros días. Constituyeron un estado y una sociedad excluyente tanto en las oportunidades económicas como en el acceso general a los servicios fundamentales de educación, salud, vivienda, cultura. Esta condición ha generado reacciones al margen de la oficialidad, porque muchos encuentran en la violencia y en el ilícito un camino para participar de la riqueza y de los bienes que se les niega.

Lo feo: Tantos años, siglos de inequidad e irresponsabilidad social han hecho de “sálvese como pueda” una noción de vida, una cultura del proceder ilícito.  Así prosperaron con anuencia y permisividad de los poderes la usurpación de tierras a las comunidades nativas, los negocios ilegales, el dominio del país rural de grupos armados de toda calaña, los servidores públicos a quienes les importa un bledo entregar la patria a los monopolios extranjeros a cambio de una coima, o usar para su beneficio personal dineros y bienes colectivos.

Esta fealdad ya hizo metástasis en todos los órganos de la patria, entonces, las dinámicas democráticas y la política funcionan con artimañas, porque en realidad no interesa la participación del pueblo más que para garantizar la elección de los de siempre que buscan justificar su perpetuación en el poder.

Para que esta película tenga un final aceptable haría falta que se le practique una diálisis a la nación colombiana, un cambio de sangre para que las nuevas generaciones nazcan sin los glóbulos malignos y florezca entre el pesimismo y el odio un capullo de esperanza.        

*Alberto López de Mesa, arquitecto y habitante de calle

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