Cuando alguien afirma “eso es muy humano”, pensamos: ¿será que habla de los actos de bondad y de los valores o será que por ventura se refiere a nuestras debilidades y crueldades?
Vemos acciones humanas que nos cuentan desde los sentimientos más nobles, pasando por la racionalidad y la habilidad de crear cultura, hasta acciones de una crueldad nunca imaginada por el depredador más salvaje del reino animal.
Desde luego, podemos rastrear el origen de la bondad y de la maldad en las especies animales, lo que no podemos es imaginarlas deliberando si toman el camino del mal o el del bien. Todo en ellos es impulso y, en cambio, para nosotros la vida se trata de tomar decisiones.
Tenemos la capacidad para reflexionar las consecuencias de nuestros actos, no somos solamente impetuosos, actuamos desde el libre albedrío. Es justamente la libertad de decidir entre la reflexión y los impulsos lo que nos hace diferentes.
Algunos relatan que en un momento de rabia, sin mediar reflexión se vieron dándole una paliza al otro, pegándole un puño al jefe o insultando a un ser amado. Desde luego, en su percepción, el otro los había ofendido.
Con el correr de los días y ya en frío hay dos caminos posibles: estuvieron en peligro y el impulso los salvó, o se equivocaron. Las consecuencias de haber actuado sin reflexión son graves, desde perder la familia hasta verse en la cárcel.
Ocurre que de la misma manera que venimos dotados para hablar, caminar y correr, convertirnos en escritores, atletas o futbolistas, exige esfuerzo y conciencia convertir el impulso en libre albedrío. Necesita entrenamiento y dedicación, pero sobre todo la disciplina del amor que conduce a la conciencia.
Nada más sencillo que actuar desde el impulso, nada que nos haga más humanos que decidir el curso de nuestro destino.