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Lo que Chile nos puede enseñar

Arlene B. Tickner
28 de enero de 2014 - 09:49 p. m.

La demanda interpuesta por Perú en 2008, ante la negativa de Chile de negociar bilateralmente la delimitación territorial marítima, coincidió con un período de mejoramiento notorio en la interacción bilateral.

 Pese a las tensiones provocadas por la decisión peruana, los dos países tomaron la decisión de administrar el diferendo limítrofe por un carril distinto con el fin de blindar otros aspectos de su relación. Hasta tal punto que desde 2006 el comercio bilateral ha crecido de $500 millones a unos $4.000 millones y la inversión se ha disparado. Asimismo, Chile y Perú se han convertido en socios en distintos escenarios multilaterales como el Foro Económico del Asia Pacífico (APEC) y la Alianza del Pacífico.

Igual que en el caso de la demanda de Nicaragua, por más que sucesivos gobiernos colombianos no lo admitieran jamás en público, la única certeza en torno a la demanda peruana, conocida por todos, era que Chile iba a perder algo. Así, desde muy temprano en el proceso, voceros del Estado, medios de comunicación y académicos, entre otros, trabajaron sistemáticamente para brindar información y análisis sobre el problema con el fin de ayudar a entenderlo y de ambientar una recepción madura del fallo por parte de la opinión pública. Asimismo, hubo esfuerzos de lado y lado de la frontera, entre los habitantes de Arica y Tacna, por evitar el aumento de hostilidades en torno a la demanda.

El fallo de la Corte otorga buena parte del territorio marítimo que Perú reclamaba pero preserva un relativo statu quo en cuanto a las zonas pesqueras —entre las más ricas del mundo— que los dos países pueden explotar, en especial en lo relacionado con la anchoveta, la materia prima para la harina de pescado que ambos exportan. Una vez conocida la decisión, que al contrario del caso colombo-nicaragüense, dividió la opinión de la Corte en algunos puntos, el agente chileno ante La Haya, Alberto Van Klaveren, y el presidente Sebastián Piñera manifestaron sus “discrepancias profundas” con los aspectos más desfavorables, mientras que la presidenta, electa Michelle Bachelet, admitió que constituía una “pérdida dolorosa”. No obstante, en un lenguaje preciso e inequívoco que contrasta con la ambigüedad con la que el Estado colombiano ha reaccionado sobre el fallo, se subrayó el respeto absoluto de Chile del derecho internacional, así como su voluntad irrestricta de acatar e implementar la voluntad del tribunal.

La conducta de Chile (y de Perú) es un ejemplo de políticas verdaderas de Estado, que son independientes de cualquier discrepancia política entre distintos gobiernos, y de profesionalismo diplomático. En Colombia debemos tomar nota.

Son muchas las similitudes entre las disputas limítrofes de Chile con Perú, y Colombia con Nicaragua, así como entre los fallos proferidos por la Corte Internacional de Justicia en ambos casos. Sin embargo, como lo señaló Socorro Ramírez hace varias semanas en su columna de , las diferencias en el manejo de las dos demandas en estos países no podrían ser más marcadas. Ahora que La Haya ha tomado una decisión que es tan “salomónica” para Chile como lo fue para Colombia, vale la pena ahondar en la comparación. La principal conclusión que se extrae es que nuestros vecinos del Sur tienen mucho que enseñarnos.

 

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