Lo que da la tierra

Francisco Gutiérrez Sanín
10 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Vale la pena preguntarse cuáles son las condiciones sociales e institucionales que dan origen a escándalos del tamaño del de Odebrecht. Sin identificarlas, no habrá ninguna posibilidad de mejorar aunque sea un poco el irrespirable aire de nuestra vida pública.

La conclusión inevitable es que una de ellas es el acceso a la tierra, la relación íntima entre la brutal inequidad agraria sobre la que está parado el país y el sistema político. Atención: no estoy diciendo que sea el único factor. Hay otros. Lo que estoy planteando es que es uno muy importante, casi un común denominador de estos macroprocesos (y aquí incluyo al 8.000). Tampoco estoy afirmando que estas dinámicas corruptas sean predominantemente rurales. La mayoría de sus protagonistas son tipos que usan corbata, que viven en grandes urbes y que quizá no estén muy atados a sus remotos orígenes pueblerinos. No: estoy hablando simple y sencillamente de la tierra.

La inequidad extrema en el acceso a ella, junto con la asignación política de los derechos de propiedad, permite que líderes poderosos e intermediarios hábiles interactúen cómodamente utilizando a la tierra, o a las instituciones que cristalizan los derechos sobre ella, como moneda. Esto, a su vez, crea las condiciones para que puedan cultivar amplias redes de amigos y contactos, que son los receptáculos para dar y recibir favores e implementar la acción coordinada que permite los crímenes de corrupción a gran escala. Estas cosas no se logran sin poder copar las instituciones del Estado, sin tener muchos amigos y sin poder torcer las reglas: cosas que se obtienen precisamente cuando los niveles de inequidad son muy grandes y cuando política y asignación de derechos están fatalmente mezclados.

Hay muchos ejemplos. Uno de ellos es la reforma constitucional reeleccionista, que se compró con una notaría. Más cercano al estado actual de ánimo del país, justamente soliviantado con las explosivas revelaciones de Odebrecht, es el de Otto Bula. Este sahagunense fue promovido por Álvaro Uribe Vélez y llegó al Congreso de la mano del primo de aquel, Mario Uribe, ahora condenado por parapolítica. Una vez en el Congreso, Bula, quien ya tenía conexiones en todas partes —incluida naturalmente la actual bancada de gobierno—, amplió cualitativamente el espectro de sus contactos al ser invitado a fungir como intermediario de grupos económicos que querían comprar tierras, a veces en circunstancias peor que sospechosas en los Montes de María. Esta invitación hacía parte de todo un programa en el que estaba comprometida la administración de ese entonces, y por supuesto algunos personajes en particular, que ya sabían que amistades como las de Bula podían ser muy rentables, según la lógica de “hoy por ti mañana por mí”. Podría referirme también a la tórrida historia de la Dirección Nacional de Estupefacientes, que ilustra de manera muy elocuente el punto del que estoy hablando.

Visto de manera más macro, éste es el tema del que trata el estupendo libro* de Jong Su You: cómo la desigualdad extrema en el mundo agrario está conectada íntimamente con la corrupción. El libro, basado en un sólido análisis estadístico y en sendos estudios de caso, muestra cómo aquella (la desigualdad agraria extrema) facilita la captura de ciertas agencias del Estado y crea los incentivos para mantener a la tierra como botín estratégico, y como instrumento para resolver disputas corruptas entre clanes y cuadrillas. Lo que estamos viendo hoy en Colombia.

Los que han afirmado sistemáticamente, sin fijarse demasiado en las evidencias, que la tierra ya no es importante para Colombia han olvidado cuán crucial sigue siendo en nuestras condiciones su papel en la configuración de las redes políticas y de la presencia del Estado en el territorio. Odebrecht es un pretexto muy elocuente para recordárselo.

* Jong-sung You (2015): Democracy, inequality and corruption, Cambridge University Press.

 

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