Publicidad

Lo que me enseñó Eduardo Escobar

María Antonieta Solórzano
28 de enero de 2010 - 03:05 a. m.

Cuando un individuo de una especie experimenta un daño, los demás muestran signos de conmiseración, lo rodean y ayudan.

Por ejemplo, los elefantes acuden a tratar de salvar al que ha quedado atascado. En contraste, aunque los seres humanos sabemos que el dolor frente al que somos solidarios nos hace mejores personas, hemos llegado a generar dolor porque la ambición nos impulsa a tomar ventaja del débil.

En el contexto de esta atrocidad ocurre que el débil, el bueno o el ingenuo sienten un padecimiento que puede llevarlo al borde de la locura y, si no ocurre un acto de bondad, a la locura misma. ¿Podremos recuperar la compasión para que ninguno llegue a la locura por causa de nuestra crueldad? El 18 de enero en la puerta de mi casa me encontré con un hombre de unos 30 años, que preguntaba por el camino para salir hacia Soatá (Boyacá).

Al principio no entendí. Al parecer necesitaba irse de Bogotá. “Por aquí no voy a volver”, me dijo. Él, aunque tembloroso en la voz y en las manos, pretendía dignamente hacer el camino Bogotá-Soatá a pie. “Es que no me venden un tiquetico, aunque yo les digo que lo pago allá, en Soatá, allá yo tengo dinero. Me dicen que estoy loco y he caminado como cien cuadras”.

Le pedí que me relatara lo que le pasaba. Esta es su historia: “Mi mamá me mandó a vender unos chivos en la plaza de Paloquemao en Bogotá, porque en Cúcuta, con lo del bolívar, ahora no se puede. Los vendí y gané $2 millones y ya me devolvía cuando unos hombres con brazaletes en los brazos me forzaron a dejarme requisar y dijeron que los billetes eran falsos y que los tenían que incautar. Además, me golpearon. Nadie me lleva hasta Soatá y yo de aquí me tengo que ir”.

Me impactó la dignidad y angustia de este hombre. Estaba decidido a llegar a pie a su pueblo antes de pedir limosna. En medio del desconcierto por lo ocurrido, sólo quería salir de esta ciudad que le robaba la esperanza de sentir que la raza humana era confiable. Cuando le di las indicaciones y el dinero para volver al terminal, el corazón me dolía, lo único que deseaba era que este hombre, que me ofreció que cuando fuera a su tierra preguntara por Eduardo Escobar para darme las gracias regalándome cabrito y dátiles, llegara a salvo a su hogar.

Me sorprende la sincronía que hizo que nos cruzáramos y pudiera oír su historia. Tal vez en una ciudad tan azotada por la violencia, oír una historia en que la víctima se recupera podría ser suficiente para que otros se salven. Desde esta columna quiero hacerle un homenaje a este campesino de Soatá, que nos da la oportunidad de ser solidarios y ayudarnos a nosotros mismos.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar