Locomotoras y la nostalgia de los maquinistas

Gonzalo Hernández
28 de febrero de 2017 - 04:30 a. m.

La economía colombiana creció 2 por ciento en 2016. Al periódico El Tiempo se le fueron las luces al titular que el sector financiero fue el motor de ese crecimiento, y otros justificaron la mediocridad de la cifra con la mediocridad del crecimiento latinoamericano. El presidente Santos se declaró insatisfecho. El expresidente Uribe responsabilizó al Gobierno del mal resultado y afirmó: “Con mis defectos y limitaciones, nuestro Gobierno dejó una economía con confianza de inversión para garantizar un crecimiento estable por encima del 5 por ciento”.

Vamos por partes. Es cierto que el valor agregado de los establecimientos financieros creció 5 por ciento, que éste suma al PIB, y que el dato se resalta frente a la caída de 6,5 por ciento en el sector de Explotación de Minas y Canteras y frente a las pobres tasas de crecimiento de la Construcción (4,1 por ciento), la Industria (3 por ciento) y la Agricultura (0,5 por ciento). Esto, sin embargo, no hace a los bancos motores de nada.

El problema quizás está en la metáfora de la locomotora, contada hace algunos años por un ministro de Hacienda del Gobierno Uribe que, con optimismo –que ya sabemos que era desbordado–, trataba de convencernos de que el sector minero-energético lideraría un crecimiento económico generalizado.

Al parecer es necesario advertir lo obvio: que la metáfora del trencito funciona si la locomotora remolca los vagones, no si anda suelta por ahí, incluso cuando va a toda máquina. ¿Qué motor de crecimiento va a ser el sector financiero si mientras sus ganancias aumentan los demás sectores de la economía se encuentran deprimidos? Además, el sector financiero creció por debajo de su crecimiento promedio desde el 2010 y apenas por encima del promedio de los últimos 16 años (4,6 por ciento). No mucho para destacar entonces.

En relación con otros países, el Boletín Técnico del DANE reporta las tasas de crecimiento de 26 economías en el 2016. De esa lista, a pesar del débil desempeño latinoamericano, Perú creció 3 por ciento y México 2,2 por ciento. ¿Cuál es entonces el consuelo? ¿El que tengamos una tasa de crecimiento más alta que países cuyo ingreso per cápita supera ya el nuestro en más de 4 veces (Estados Unidos)? ¿O serán Venezuela y Brasil, que enfrentan fuertes crisis políticas? ¿O Argentina y Chile? Estos dos países tienen, respectivamente, un ingreso per cápita 47 y 71 por ciento más alto que el de Colombia. Ni siquiera da para decir que: “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Tiene razón el presidente en sentirse insatisfecho. Representa bien la posición de una nación que padece un desempleo que se sostiene en tasas que son inadmisibles en países desarrollados. Y este Gobierno es tan responsable como varios anteriores por estas cifras.

Pero es extraña la nostalgia del Gobierno Uribe. Como si fuera cierto que nos hubieran dejado en una senda de transformación productiva con sectores industriales competitivos a nivel mundial. Aquellas tasas de crecimiento relativamente altas entre 2004 y 2007 fueron consecuencia de un auge extraordinario en el precio de las materias primas, asunto que cayó bien momentáneamente en un país que mantiene su dependencia en el petróleo, el carbón y otros minerales.

Que no pase que por repetirlo tanto, muy de moda en tiempos de “posverdad”, terminemos creyendo que el sector financiero colombiano es motor de crecimiento, o que entre 2002 y 2010, a pesar de algunos “defectos y limitaciones”, con un imaginario “crecimiento estable del 5 por ciento”, ya estábamos listos para dar el salto hacia el mundo desarrollado.

 

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