Los bellos fusiles durmientes

Arturo Guerrero
16 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Siquiera mostraron las armas. Porque la imaginación necesita apoyo en fierros concretos. Hasta ahora anuncios y palabras fueron débiles en este país domesticado por engaños. No importa que los guerrilleros hayan escondido la cara para no parecer  derrotados.

Detrás de cada máquina de guerra se adivina fácilmente un tirador. Los cohetes no se disparan solos. Menos desde estos aparatos lustrosos y sofisticados que deben de ser mortales al instante pero que requieren pericia misilera.

No fue así en las desmovilizaciones de otros grupos y otras siglas hace tres décadas. La tecnología de ese entonces parecía de la Gran Guerra del 14: escopetas, changones de cañón recortado y tiro único, tatucos, pistolas hechizas. Armamento y uniformes harapientos para cazar patos.

Los juguetes de las Farc, en cambio, no hablan de resistencia campesina sino de ejército con lanzacohetes antitanque y antiaéreo. Lanzagranadas que espantan de solo verlas. Fusiles de todos los países donde se produce la barbarie. Lanzamisiles con esos proyectiles gordos, dorados, capaces de atravesar rieles y huesos de cien mortales alineados.

Los maduros operarios de Naciones Unidas ´desarman´ las armas con disparos espirituales dentro de tubos que han de resistir explosiones nucleares. Luego las trepan a estanterías fortificadas donde duermen en orden bibliotecario. Ahí hacen tiempo mientras las convierten en arte.

Así se vio por fin la dejación de armas. No había trampa, los facinerosos cumplieron. Les cerraron la boca a los otros facinerosos, a los que se mueren por no dejar morir la guerra.  

Algunos ciudadanos piensan en los males perpetrados durante medio siglo con estos instrumentos de fuego. Otros prefieren exaltar el siguiente medio siglo cuando tantos colombianos se evitarán mutilaciones, sillas de ruedas y ataúdes originados en la devastación armamentista.

Entre tanto los rebeldes, sentados en sillas de plástico y de palo, reciben certificación por cada fusil aportado. Gimen por perder el gatillo que los defendía, añoran años de andar por los montes con su amigo rígido que era otro órgano corporal. Igual les pasa a los soldados cuando pierden esta ´novia´.

La semana entrante de consumará este símbolo. A los otrora guerrilleros únicamente les quedarán los cortaúñas. Más adelante vendrán las novecientas caletas, especie de tesoro para Alí Babá. ¿Qué encierran? ¿Habrá en ellas dinero, además de armas faltantes?

¿Se encontrarán en ellas los infinitos mapas de Colombia sobre los que Tirofijo planeaba milímetro a milímetro la toma del poder? Estuvieron desde mediados de los años ochenta en las paredes de su casa, rigurosamente custodiada por sus camaradas en las afueras del campamento de La Caucha.   

Coloquialmente lo llamaban el Rincón de los viejitos. En este ´sancta sanctorum´ de la subversión algunos periodistas temerarios observaron que la mitad de los mapas marcaba las brigadas del ejército y la mitad los frentes de las Farc. Al cruzarlos, el jefe rebelde calculaba el número exacto de balas necesarias para culminar su revolución con los bellos fusiles hoy durmientes.

arturoguerreror@gmail.com

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar