Los bocachicos perdidos

Tatiana Acevedo Guerrero
18 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

El bocachico o chico de boca es un pez gris brillante con la boca pequeña y empinada como para dar un besito. Nada encorvando el cuerpo y la cola hacia adelante y atrás, por la cuenca del Magdalena y también a través de las zonas bajas del Sinú y el Atrato. Viaja entre tributarios y ciénagas lindantes, según los ritmos de inundación que definen el nivel de las aguas. Durante días de aguas altas vive en las ciénagas, donde se retaca de vegetación acuática y engorda. A final de año, mientras el nivel de agua disminuye, migra río arriba a buscar las condiciones ecológicas para reproducirse. En abril, los peces descienden por el río y con el flujo y la velocidad de las corrientes, que les sacuden las escamas, desovan y los huevos son arrastrados en la cadencia del río.

Me gustó el sabor del bocachico desde finales de los 80. Lo compraba mi papá en el muelle de Barrancabermeja, sobre la cuenca media del río, para servirlo a cada rato en distintos guisos o cocinarlo en fogata pequeña durante paseos cerca a las playas. El bocachico no es cotidiano hoy. No se vende como antes y se pasó de pescar aproximadamente 30.000 toneladas anuales en los 90 a capturar 6.000 en 2015. Se recalca siempre que una de las causas para estos números tiene que ver con las prácticas de sobrepesca. Se pesca todo el año. En las ciénagas se usan redes de arrastre que barren el espejo de agua y que atrapan peces por debajo de la talla mínima (que aún no se han reproducido). Muchos peces no alcanzan a llegar al río.

Pero, más que la sobrepesca, la crisis de recursos pesqueros responde a la desconexión entre ciénagas y río. Esta separación se materializa por intervenciones agrícolas o ganaderas en los valles de inundación. A la tradición ganadera de desecar humedales para hacer y acumular pasto se le suman también intervenciones para construir vías, el vertimiento de metales pesados y aguas servidas y la deforestación de la cuenca. Quizá la alteración más abrupta en los caminos de este pez proviene de la construcción de embalses en los tributarios de la cuenca.

El proyecto hidroeléctrico de Urrá, por ejemplo, despedazó los caminos del bocachico, impactó los repertorios de trabajo de pescadores del río Sinú y el sustento de comunidades aledañas. Para contrarrestar esta pérdida se llevaron a cabo proyectos de repoblamiento en los embalses con crías traídas de estaciones piscícolas (de cultivo de peces). Al respecto, el profesor Juan Carlos Narváez, de la Universidad del Magdalena, alertó sobre el empobrecimiento genético de las poblaciones naturales, pues el repoblamiento se hace con crías de las mismas familias que, al reproducirse entre sí, una y otra vez, acaban por limitar su propia supervivencia.

Más al oriente, la ciénaga El Llanito, corregimiento de Barrancabermeja, congrega a 700 pescadores. Desde hace un año se convirtió en un lugar de arena y lodo. Pescadores y familias denunciaron que, además de los efectos del fenómeno de El Niño, esta ausencia de agua (y peces) recae en los efectos de la Central Hidroeléctrica Sogamoso, operada por Isagén. Según cálculos de la Asociación de Pescadores del Magdalena Medio (Asopesamm), su producción se ha reducido en un 85 %. Esta asociación de hombres y mujeres, que trabajan sin divisiones ni descanso, logró negociar con Isagén un canal (conexión artificial) entre el río y la ciénaga y sigue trabajando en la búsqueda del bocachico, del trabajo y el bienestar de este y otros corregimientos de la cuenca. Ante la insistencia desde gobiernos y entidades por impulsar la piscicultura, una actividad de corte más industrial cuya práctica requiere la posesión de tierras inundables y de capital, Asopesamm reivindica las diferencias grandes entre piscicultura y pesca, y pide al Estado que proteja el oficio de ser pescador.

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