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Los caminos de Arzuaga

Hugo Sabogal
25 de marzo de 2012 - 01:00 a. m.

Bodegas Arzuaga Navarro da cuenta de la riqueza de sus viñedos en Ribera del Duero.

Ignacio Arzuaga Navarro es un hombre de pocas y medidas palabras. Su baja efusividad, incluso, podría confundirse con cierta timidez, aunque, como encargado de ventas de Bodegas Arzuaga Navarro en el mundo, debe romper frecuentemente sus silencios para hablar de la riqueza de sus viñedos en Ribera del Duero, zona que, desde comienzos de los 70, se ha convertido en la segunda denominación de origen de España, después de la mítica Rioja.

La historia nos cuenta, por ejemplo, que, tres mil años atrás, los fenicios introdujeron en estos dominios el arte de la vitivinicultura, tradición que fue retomada posteriormente por los colonizadores romanos para dar vino a sus tropas. Y muchos siglos después atrajo a los monjes de Cluny, procedentes de Francia, quienes, en el siglo XII, montaron una bodega en el distrito de Valbuena del Duero.

En tiempos más recientes, la bandera de los vinos la enarboló Vega Sicilia, una bodega fundada en 1864 y considerada ícono ibérico. Fue en pleno siglo XX, no obstante, cuando alcanzó altura de crucero: en 1972, el tenaz emprendedor Alejandro Fernández puso pie en este territorio con su bodega Pesquera y, luego, con la no menos importante Condado de Haza. Ambas, en un corto período, reconfirmaron el potencial de la comarca.

Sólo hasta principios de los 90 llegó el hostelero Florentino Arzuaga, quien se instaló en la localidad de Quintanilla de Onésimo, al este de Valladolid, donde compró 1.400 hectáreas. Con 140 hectáreas dedicadas a viñedos de alta calidad, este empresario dio vida a Bodegas Arzuaga Navarro.

Quintanilla es una zona privilegiada. Ocupa una meseta, a casi 900 metros sobre el nivel del mar, desde donde puede divisarse el lento discurrir del río Duero. Los viñedos más próximos a la bodega están rodeados de altos pinos, sabinas y encinas, que obran como una pared natural contra los vientos. Este oasis es, adicionalmente, un hábitat natural para ciervos y jabalíes. No en vano un ciervo es el símbolo principal en el logotipo de Bodegas Arzuaga. Los suelos, de caliza y piedra, entregan a los vinos una cualidad mineral inconfundible. Y la altura —quizás la máxima posible en toda la Ribera del Duero— aporta un alto grado de acidez natural, que se traduce en frescura y jugosidad en cada copa. Y aunque predomina el clima continental, se nota una ligera influencia atlántica, que, a la postre, permite una más lenta maduración de los racimos.

La mayor parte de la finca está plantada con Tempranillo (cerca de 130 hectáreas). Sin embargo, Florentino e Ignacio reservaron partidas más pequeñas para Cabernet Sauvignon (10 hectáreas) y Merlot (cinco hectáreas). Estas clásicas variedades francesas se utilizan para tareas de mezcla, aportándoles nervio y elegancia a algunos vinos.

La primera apuesta, a mediados de los años 90, se centró en la confección y lanzamiento de Arzuaga Crianza, un vino emblemático que abarca el 70% de la producción. Pero a medida que las parras se fueron estabilizando, aparecieron nuevas líneas: desde el joven, reserva y reserva especial, hasta el Gran Arzuaga. El vino de más baja intensidad —no por ello menos complejo— es La Planta. Pero también hay un Chardonnay (Fan D’Oro) y un espumoso a base de Chardonnay y Pinot Noir (Txapana).

El gran salto se produjo en 2006, cuando el Arzuaga Reserva Especial 2001 fue elegido el mejor tinto del mundo, en el concurso Vinalies Internationales, en París. Se impuso ante 3.000 muestras, provenientes de 36 países.

Estos progresos, impulsados por Florentino e Ignacio, también han llevado la rúbrica de Jorge Monzón, un joven enólogo español, con una incomparable experiencia: durante dos años perteneció al equipo de Domaine de la Romanée Conti, en la Borgoña, uno de los vinos más deseados y costosos del mundo.

Otro de los atractivos de Arzuaga es el diseño de su bodega, de apariencia monacal. Fue construida con piedra y madera, y adornada con arcos, torres laterales y campanario. Dentro, sin embargo, se han instalado equipos de alta tecnología y una cava subterránea de 2.000 barricas de roble americano y francés, donde se añejan los vinos más connotados de la casa.

En años recientes, Arzuaga lanzó un nuevo proyecto en Ciudad Real (La Mancha), donde elabora un vino de corte contemporáneo llamado Pago Florentino. También decidió incursionar en aceites de oliva, en la provincia de Toledo, y, para no echar por la borda la larga tradición familiar en la bodega, construyó, en un terreno adyacente, un hotel de cinco estrellas, con 40 habitaciones de lujo y un centro de vinoterapia, que se cataloga como el mayor de Europa.

Así, los vinos, aceites, restaurante y moderno hotel son para Arzuaga caminos que se unen para elevar la categoría de Ribera del Duero, pero también de La Mancha y Toledo, ante España y el mundo.

Arzuaga en Colombia

El portafolio de Arzuaga en el mercado colombiano sólo incluye cinco etiquetas:

La Planta: es el “todoterreno” de la bodega, ideal para tomarlo solo, con tapas, comidas suaves o con pescados de carne blanca.

Pago Florentino: potente y expresivo, pero de corte contemporáneo.

Arzuaga Crianza: a pesar de la densidad e intensidad de sus aromas y sabores, es un vino equilibrado. Combina bien con carnes rojas y guisos complejos.

Arzuaga Reserva: es un vino fino y elegante, apto para carnes y quesos contundentes.

Arzuaga Reserva Especial: ha sido objeto de grandes premios, equilibrado, firme y elegante, indicado para carnes a la brasa.

Finalmente, un vino muy distinto —no presente todavía en Colombia— es Amaya Arzuaga, creado especialmente para la hermana de Ignacio, una de las diseñadoras de moda más influyentes de España y Europa. Las etiquetas de los vinos siempre muestran sus últimas creaciones. En este caso no se habla de cosechas, sino de colecciones.

*El importador de Arzuaga para Colombia es Promixcol S. A.

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