“Los habitados”

Beatriz Vanegas Athías
08 de agosto de 2017 - 04:00 a. m.

Habrá que leer un libro de poemas por semana para alcanzar la sensibilidad y la emoción. Para encontrar las diferentes variaciones que nos ofrece la poesía del dolor, del miedo, del amor, de la soledad, de la alegría, de la deslealtad, de la traición, del engaño, para airear este país que se comunica de manera tóxica y con tópicos que envilecen al alma.

Habrá que leer a Wislawa Szymborska para entender que existen opciones improbables de un mundo que se nos ha ofrecido ancestralmente lineal y preconcebido: Discúlpame, viejo amor, por tratar al último como si fuese / el primero / (…) Perdónenme grandes preguntas, por las pequeñas respuestas. Habrá que leer a Clemencia Tariffa para concluir que sólo en la belleza de la palabra poética es posible permanecer inmune a la turba enardecida y convencida de que la lucidez es agresión: Mírenme bien de día / porque / en las noches / mi piel de erizo / se vuelve extraña, / parece un cordel templado / donde sólo un roble / podría hacer música. Habrá que volver a la palabra herida de María Mercedes Carranza para no olvidar la infamia de la violencia ocultada: Amaime: En Amaime / los sueños se cubren / de tierra como / si fueran podredumbre.

Habrá que visitar la palabra sarcástica y desenfadada de Cristina Peri Rossi para no tomarnos tan en serio el amor, sentimiento harto publicitado por el patriarcalismo nuestro de cada día: Una canción desesperada: No me gustas cuando callas / y estás como ausente / No sé si no tienes nada que decir / o la raya de cocaína / se te subió a la cabeza. Habrá que convivir en foros, colegios, encuentros, universidades con el mundo alucinado y al tiempo esclarecedor de Emily Dickinson, para despojarnos de tantas taras que impiden ver: El agua, se aprende por la sed. / La tierra, por los océanos navegados. / El destierro, por las angustias. / La paz, por los relatos de sus batallas. / El amor, por su inolvidable molde. / Los pájaros, por la nieve.

Y por estos días, lectora, lector, hay que habitar con Los habitados. El libro de poemas más reciente de la escritora Piedad Bonnett con el que obtuvo el XIX Premio de Poesía Generación del 27 y que ha sido publicado por la Colección Visor de Poesía. Porque una entra a este libro de 56 páginas y lo lee de una sola ojeada, pero esta primera lectura, que pretende ser la del inicial reconocimiento, no sucede con la prisa deseada, ello no es posible porque cada poema te lacera, te ensombrece la mirada, te hace nacer el nudo ese en la garganta que te impide pasar saliva o respirar con ritmo acompasado. Es, en fin, la emoción que te visita. La emoción que no es cualquier estado, porque ella constituye la esencia de la universalidad que puede alcanzar el poema. Y la poeta Piedad Bonnett lo consigue gracias a una poética del dolor, del duelo y de la cotidiana ausencia profundamente honesta. No se necesita ser un lector erudito para entender cuando la metáfora, la imagen o el símil son un homenaje a la autenticidad y no al artificio.

Dos capítulos componen a este entrañable libro. El primero es una suerte de rompecabezas que pieza a pieza recompone la vida de la poeta desde todos los estados vivenciales posible: Nunca somos más hombres / que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas. El segundo, titulado Noticias de casa, da cuenta del dolor que pasado un tiempo golpea (y golpeará) a la madre huérfana del hijo. Es un capítulo con la belleza del dolor. Subrayé casi todos los poemas, pero especialmente recomiendo Letra muerta, Huesos, Cocina, Huéspedes, Viernes, Noticias de casa y este conjuro para que el ausente permanezca: Pido al dolor que persevere: Para que no te mueras doblemente / pido al dolor que sea mi alimento, / el aire de mi llama, de la lumbre / donde vengas a diario a consolarte / de los fríos paisajes de la muerte.

 

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