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Los hornos de Hitler

Aura Lucía Mera
10 de septiembre de 2012 - 10:45 p. m.

Pienso en la paz. Pienso en la infinita crueldad a la que podemos llegar los seres humanos. Pienso en que la violencia se convierte en adicción.

Muchas pandillas juveniles prefieren asesinar con arma blanca porque así ven correr la sangre por el cuerpo de sus víctimas, inclusive la pueden saborear. Algunos se solazan en despellejar a sus víctimas cuando están vivos, para sentir los alaridos de dolor y comprobar cómo van perdiendo el sentido. Otros descuartizan y los trozos los reparten en diversos sitios. Un hombre, ya detenido, le propinó a su esposa en un parqueadero 17 puñaladas. En los noticieros pudimos ver con horror cómo se satisfacía hundiendo el cuchillo una y otra vez.

Muchachos que tiran a su compañero por un ascensor. Un universitario asesinado a golpes y luego tirado en un caño, al parecer por sus propios amigos. Ritos satánicos. Paramilitares jugando fútbol con la cabeza de un campesino. Una mujer empalada luego de ser violada por su victimario. La incineración de una iglesia donde campesinos inocentes se refugiaban para escapar de la balacera entre guerrilleros y paramilitares. El jefe de seguridad de un expresidente enviando información a los ‘paras’ y traficando droga.

Mulas bomba. Collares bomba. Minas antipersonales escondidas en potreros por donde pasan niños y jóvenes. Helicópteros que sobrevuelan de pueblos caucanos a Cali, llenos de soldados mutilados. Un guerrillero amputando la mano de otro para mostrarla como prueba reina y poder cobrar la recompensa. Estudiantes asesinando policías, rompiendo vitrinas, incendiando buses.

Termino de leer Los hornos de Hitler, testimonio de Olga Lengyel, enfermera rumana, que logró sobrevivir Birkenau y Auschwitz, donde nos cuenta, siempre en primera persona, cómo eran y cómo actuaban los dirigentes de esos campos. Cómo los cinco hornos crematorios no descansaban ni de día ni de noche, despidiendo un olor dulzón de carne quemada. Los “experimentos científicos” realizados por Mengele en mujeres y hombres antes de conducirlos a las cámaras de gas. Cómo las desnudaban y las molían a latigazos. Cómo las letrinas se llenaban de excrementos y estaban obligadas a hacer sus necesidades a la vista de todos. Cómo era el diario vivir en el ultimo infierno del nazismo. Hasta dónde la demencia cruel nos puede llevar.

Olga, después de la guerra, vivió en Nueva York, hasta su muerte en el año 2000 a los 93 años. Su libro apenas hace un año llegó a Colombia. Más vale tarde que nunca. He leído muchísimos testimonios de sobrevivientes del Holocausto. He visitado campos de concentración en los que todavía el ambiente huele a sangre y los árboles despiden tristeza. Pero jamas había sentido el espanto en mi cuerpo en toda su dimensión. Copio la solapa que afirma: “Este documento perdurable es un amargo recordatorio a la humanidad de las indescriptibles consecuencias del odio racial, la intolerancia religiosa y el despotismo político...”.

Llevamos más de 50 años matándonos. Colombia está bañada en sangre. No perdamos ésta, tal vez la única oportunidad de estrecharnos las manos, perdonarnos, caminar juntos buscando un nuevo amanecer.

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