Los interludios de Gaza

Juan David Ochoa
01 de agosto de 2014 - 10:12 p. m.

Decir que Israel, la tierra judía que se ha fundamentado siempre en el ideal de la protección exclusiva de la divinidad es soberbio y extremista en sus impulsos que de cuando en cuando deja revelar ante el repudio del mundo es una vieja verdad y una redundancia histórica; lo hacen cada vez que pueden, en su alianza sutil con los Estados Unidos y su lobby judío en occidente, tan poderoso en decisiones estratégicas cuando de pactos conjuntos se trata.

También lo hacen en los quirúrgicos trabajos de publicidad sobre su agencia de Inteligencia ( Mosad ) la más temida según las versiones de la leyenda, y sobre el armamento intimidante y reconocido de su ejército, el mayor proveedor de armas del mundo. En la operación “Ira de Dios”, como venganza a la masacre de los once atletas israelíes en los juegos olímpicos de Múnich a manos de un comando palestino, estallaron en toda su fiebre religiosa al perseguir por toda Europa uno a uno a los culpables de la acción, aunque cayeran otros en el fuego de la ira, como el camarero marroquí confundido con el jerarca del Septiembre Negro Ali Hasan Salameh. Se han excedido siempre, cada vez que su némesis milenaria en la frontera de su extremismo decide lanzar los misiles de la religión adversa para vengar el resentimiento acumulado del despojo. Decir que Israel aprovecha su fuerza sobre una franja inválida en defensa es otra redundancia repetida y reanudada en un contexto atravesado por siglos y culpas ambiguas.

Es otra vieja verdad decir que la ausencia de objetividad ante el conflicto es una de las tantas causas del fracaso de las intervenciones diplomáticas externas, tan proclives al juicio desde los contextos occidentales. Todo vuelve a la vieja razón de esa tierra entregada por la ONU en pleno corazón de palestina en el 47 al pueblo de los perseguidos, y allí se centran los ríos de las discusiones. Ahora el contexto se amplía en otra escala de razones que abren el espectro del infierno y señalan ahora a Hamás, el secuestrador de las decisiones en la franja de Gaza, como el perpetrador de boomerang mortal que está extinguiendo los últimos vestigios de su territorio. El brote actual de la violencia disparada por Hamás es resultado ahora de los últimos eventos en Egipto, desde que el radical Abdelfatah El Sisi declaró la persecución total a los Hermanos Musulmanes que permitían el sustento emocional y económico de Hamás aún en los túneles y alcantarillas de su fundamentalismo. Las fronteras se cerraban ya para los flujos de la información y el terrorismo, y en esas últimas patadas de ahogado de una bestia sin opción ni posibilidad a la renuncia, el último plan era el ataque sin tregua a su verdugo. La última opción era quebrarle la imagen de estadista a la extremista Israel aunque en la retaliación de las bombas no quedara un solo cuerpo. Lo permitieron. La franja de Gaza, el territorio más sobrepoblado de la tierra sigue desapareciendo de la geografía por el humo que no deja entrever aún la magnitud del genocidio. Las causas son tan ambiguas y antiguas como la historia del instinto. Las consecuencias son las mismas viejas verdades que siguen cuestionando el progreso racional de la especie: las religiones, como en el siglo XII de la cruzada de los reyes, siguen decidiendo la existencia y la estabilidad de un continente entero.

 

 

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