Los maestros verdugos

Beatriz Vanegas Athías
21 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Desde hace un tiempo proliferan en nuestro sistema educativo las oportunidades de acceder a la actualización y perfeccionamiento del oficio de enseñar. Pasado el auge de las Especializaciones, surgió para los profesores, la exigencia de convertirse en Magister y parece que por estos tiempos, ya no alcanza tampoco la Maestría y hay que doctorarse. Abundan entonces todo tipo de convenios entre consorcios económicos y universidades para que los docentes puedan ser doctores. Mientras la economía va por un lado y los salarios de los profes por otro, desde el Ministerio de Educación y desde los escalafones internos de universidades privadas y públicas, se presiona al profe para que sea magíster o doctor. Entonces no sabe si pagar la cuota de su casa, si viajar, si terminar de educar a sus hijos  o endeudarse con un banco para estar a la altura de los tiempos y del conocimiento.

Pero el calvario no se detiene allí. Se inicia con gran expectativa la Maestría o el Doctorado. Se guardan las tripas en el canasto y el maestro pleno de ilusiones se convierte en estudiante. Viaja, arma grupos de trabajo, retoma costumbres de su más reciente primera juventud y los viernes, cómo no, se toma los traguitos con su nuevo grupo social. En el nuevo rol de estudiante: estudian a conciencia unos, maman gallo otros, pasan de agache los de más allá. Pero la cosa fluye durante los dos años que emplean cursando las asignaturas de la Maestría. Hasta que llega el Trabajo de Grado.

El trabajo de grado debería ser la realización de un sueño del docente, es decir, desarrolladas un cúmulo de habilidades y competencias, el maestro debería sentarse a oficiar como investigador de aquel tema o proyecto que lo obsesiona. Pero no hay tal, éste se convierte en una pesadilla sin fin que es auspiciada semana tras semana por el Director mismo del trabajo. ¿Quién es este personaje? En múltiples ocasiones se trata del Director del programa. Él funge como un Dios omnisciente y organiza un grupo de maestros que serán también Directores de aquellos –otrora- ilusionados profes que soñaban ser Magísteres. Pues bien, si usted tiene la suerte de encontrar o de que le asignen los dos directores con verdadera vocación de  acompañantes de un proceso de investigación, pues se salvó. Pero como los que pululan son los perezosos, los que ocultan el conocimiento, los que le dicen que todo lo escrito por usted está mal, sin detenerse a especificar en dónde se encuentra en verdad el error…pues esa Odisea hacia la Itaca de su Maestría, lo ha hecho entrar hasta ahora –pasados dos años largos- en el país de Lotófagos.

Y empieza el Cristo a padecer.  Usted se ve desamparado (a) por el guía que no responde a sus  correos y si lo hace, le manda unos diez documentos sobre Metodología de la Investigación para que, por fin ¡carajo! aprenda a redactar unos objetivos, una justificación, aprenda a citar. Usted los lee con juicio, se aplica, pero ha transcurrido un año desde que terminó materias, y la adeuda apremia y el salario no asciende. Sobreviene una temporada de negación: no desea saber más en su vida de su trabajo de Maestría, incluso exclama ¡a la porra con ese título! Un día el Director le escribe –un día después de dos años y ya van cuatro- y le dice que habrá una Amnistía para aquellos que no se han podido graduar porque el Programa necesita acreditarse y no puede tener esas ruedas sueltas sin graduarse. Usted cree que es la única, pero no, han pasado desde entonces cuatro grupos o cohortes y la dichosa Universidad tiene represadas la graduación de ocho profesores.

Reinicia la comunicación con su Director y lo que más desea es mentarle la madre, pero le aconsejan que él tiene el poder: “Serenidad, serenidad y paciencia Solín”. El hombre no responde y si lo hace le pide que le mande lo que lleva. Usted lo hace. Pasan dos meses. Usted le escribe nuevamente, y de nuevo le pide que envíe el trabajo. Usted con mucha sutileza escribe un mensaje de texto: “Pero doctor, se lo he adjuntado en tres ocasiones…” Finalmente una amiga que la ha acompañado a la clínica cuando su angustia le baja las defensas, aconseja que busque una Directora alterna y le pague unos honorarios. Así lo hace y poco a poco el texto fluye. Y usted se da cuenta que llevan cinco años robándola porque la nueva asesora sólo hace algunos ajustes y el trabajo queda listo. Finalmente usted defiende su trabajo y ese día ve con cuánto descaro el Director del trabajo saca pecho por la calidad de su dirigida y el valioso aporte a la educación que supone el trabajo que él nunca leyó y en el que a usted casi se le va la vida.

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