Los medios al paredón

Marcos Peckel
01 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

“Todas las noticias que es apropiado imprimir”, reza el eslogan del New York Times desde siempre. ¿Quién decide qué es y qué no es apropiado? ¿Unos señores en un salón de juntas o un editor en una oficina? ¿Qué hace que una noticia sea apropiada o no? Este dejo de paternalismo, de autoerigirse en tomador de decisiones sobre lo que la gente debe o no saber, puede servir de trasfondo para explicar el fuerte enfrentamiento entre los medios tradicionales y gobernantes, que tiene hoy su más virulento tinglado en Estados Unidos, patria de la prensa libre y de la primera enmienda constitucional.

Además de los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo, judicial), a la prensa se le ha denominado como el cuarto, no es elegido, no responde ante nadie, maneja en general un espíritu de cuerpo que lo hace casi intocable, ha sido poco abierto a la autocrítica y en ocasiones, demasiadas quizás, se coloca en el centro del acontecer. Los periodistas vedette opacaron a los “cargaladrillos” que hacen la labor titánica de ir tras la noticia.

Si en épocas pasadas la prensa escrita reflejaba un mística de reporteros que “se mataban” por conseguir las noticias, de unidades investigativas legendarias, de Watergate, en la actualidad al haber sido absorbidos por grandes conglomerados no solo de medios sino empresariales en casi todos los países y al haber sido desplazados por los medios electrónicos mucho más costosos y concentrados, los intereses particulares parecieran tener cada vez más influencia sobre los que “es apropiado imprimir o transmitir”.

En países donde los medios estatales como la BBC han sido pilar de la libertad de prensa, estos están cada vez más acorralados, sujetos a recortes presupuestales por gobiernos que se sienten víctimas de “burócratas con micrófono y agenda propia”.

La prensa construyó a Trump, no porque apoyara su discurso, sino porque le traía réditos de rating y comerciales a la vez que lo despreciaba y subestimaba. Era más atractivo mostrar el discurso del “muro contra violadores y criminales” y las expresiones fuertes construidas con un lenguaje limitado, que a un candidato gris como Jeb Bush.

La guerra contra los medios tradicionales deja de estar en el ámbito de las dictaduras de viejo cuño para colarse al centro de la agenda de las democracias, poniéndolos a prueba, provocándolos, desafiándolos como quizás nunca antes, obligándolos a hacer una retrospectiva, a bajar del curubito y volver a lo básico: investigar, verificar, informar.

Esto es apenas el comienzo de lo que será una guerra de desgaste con implicaciones globales entre la administración Trump y los medios tradicionales, mientras que las redes sociales y los medios alternativos se posicionan como opción de información e influencia y el sacrosanto derecho a la libertad de expresión adquiere nuevos matices más allá de lo “políticamente correcto” que los grandes medios ayudaron a construir y que hoy agoniza en el pavimento.

 

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