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Los nietos del general

María Elvira Bonilla
25 de octubre de 2010 - 02:54 a. m.

DIFÍCIL UN GOBERNANTE MÁS ACO-rralado que el Alcalde de Bogotá.

En medio de las gravísimas denuncias de corrupción, sale a refugiarse en generalidades y autoproclamarse víctima, aduciendo ataques mal intencionados a su familia. Ciertamente, los Moreno Rojas conforman un clan liderado por María Eugenia, la Capitana, que se defiende como gato patas arriba. Desde el primer día, Samuel no ha hecho otra cosa que involucrar a su familia, el hermano y la madre, en las decisiones de gobierno. Mejor, en los contratos y los nombramientos. La casona familiar en Teusaquillo fue la sede alterna de la campaña en donde se cocinaron los acuerdos políticos y pactos del corte de aquel con DMG que si bien no tumbó al personero Rojas Birry, lo calló para siempre. Por allí siguen pasando a rendir cuentas los secretarios de despacho. Cuando Iván fue alcalde de Bucaramanga, la Capitana se trasladó, con su esposo Samuel, a acompañarlo y a actuar como primera dama del municipio. Allá sólo dejaron una estela de escándalos y sinsabores, parecida a la de su hermano mayor en Bogotá.

Llevan décadas de practicar el nepotismo como una vieja forma de ejercer la política, iniciada en los tiempos del abuelo general. Durante su dictadura, la Capitana fue su mano derecha y desde Sendas (Servicio nacional de asistencia social) con recursos a rodos, determinó las políticas sociales de corte populista y asistencialista que se transformaron en el caudal electoral de la Anapo. Votos que le sirvieron a María Eugenia para aspirar a la Presidencia, a Samuel para llegar al Senado, curul heredada por su hermano Iván, y que fueron el pote para lograr la Alcaldía de Bogotá. La alianza de la Anapo con el Polo no ha sido más que una simple coalición electoral, sin ninguna comunión ideológica ni programática. A la Capitana la mueve un único afán: reivindicar la figura de su padre y mantener vigente su partido para garantizar la permanencia de Samy e Iván en la política. De ahí las permanentes mutaciones de la Anapo, que van del M-19 al Partido Conservador hasta aterrizar en el Polo Democrático.

Sólo la semana pasada, gracias al coraje de tres valientes dirigentes del mismo Partido —Petro, De Roux y Avellaneda—, se logró que la realidad de la corrupción en Bogotá, dejara de ser rumor, al poner al descubierto el alcance de los tentáculos burocráticos y de negociados de Iván Moreno, quien capturó la administración a través de amigos, de bajísimo perfil, en cargos de segundo nivel —o de primero, como la inexperta Secretaria de Gobierno—, pero en los puestos decisivos para controlar la billonaria contratación del Distrito. Inexplicable que convivan bajo el mismo techo en un partido que dice llamarse de izquierda democrática personas como Jorge Robledo, Carlos Gaviria, Gustavo Petro, Germán Navas, María Emma Mejía, Patricia Lara, con los nietos del general. Son ellos los Moreno Rojas, quienes deberían, con sus cómplices, retirarse del Polo y enterrarse en familia, cobijados con la bandera de la Anapo, esclavos de sus viejos hábitos políticos. Se despejaría mucho el horizonte.

 

 

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