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Los niños soldados de Medellín

Aldo Civico
20 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

¿Y si comparáramos la vida de pandilleros a través de la experiencia de los niños soldados? ¿Es la experiencia de los niños manipulados y arrastrados a la guerra por la guerrilla muy distinta a la de los niños y adolescentes reclutados por bandas criminales en Medellín?

¿Son los miedos, la lucha por la supervivencia y el sentido de poder que siente un niño soldado de las Farc y del Eln al portar un arma, diferentes a las de los adolescentes que patrullan los barrios de Medellín con una pistola debajo de su camisa?

Los recientes asesinatos de raperos en Medellín han dado visibilidad a una realidad que a veces la ciudad, excesivamente preocupada por promover su imagen, prefiere poner debajo de la alfombra; es decir, la realidad de que hoy las ciudades se convirtieron en el teatro de los nuevos conflictos sociales. Vamos a vivir en un mundo con menos insurgencia campesina y más insurgencia urbana. Medellín es el síntoma de un fenómeno más global.

Se necesita más creatividad e innovación. A nivel mundial, los líderes políticos, de derecha y de izquierda, han privilegiado la punición (que de hecho se ha convertido en una punición de los pobres) para lidiar con el problema. Ebrios por la ideología neoliberal, se han utilizado tácticas de contrainsurgencia para las zonas urbanas. Las palabras claves hoy son monitoreo, inteligencia, vigilancia y control. Para los que viven en comunidades marginales (que ya son comunidades criminalizadas), la seguridad se ha convertido en el significante de represión y segregación. Como destaca el sociólogo francés Loïc Wacquant, la policía, los tribunales y la cárcel se dirigen hoy hacia los desposeídos, como si el delito fuera el producto de la irresponsabilidad personal y la inmoralidad, y no la evidencia de una latente violencia estructural. Vayan un sábado cualquiera en la madrugada a la cárcel de menores de Medellín, y verán una larga fila de madres. Observarán que todas ellas provienen de las áreas más pobres de la ciudad, y comprenderán contra quién se centra el aparato policial, de manera casi exclusiva.

Las personas que viven en las comunas 13 u 8 también quieren seguridad, pero seguridad humana. Quieren ser libres de la violencia, la pobreza, la marginalización. Esto requiere hoy de un Plan Marshall para las áreas urbanas marginales, una intervención integral y sostenida, como el gobernador Fajardo destacó en una reciente entrevista en Semana.

Quiero proponer al alcalde Aníbal Gaviria, sensible a una cultura de la no violencia, que considere a los menores involucrados en el conflicto urbano como niños soldados, basándose en las experiencias anteriores de la ciudad. Vamos a considerar y tratar a los niños reclutados por pandillas igual que a los niños soldados de la guerrilla. Según el derecho internacional, los niños soldados se consideran víctimas y no victimarios y por eso se benefician de programas de reintegración centrados en el desarrollo humano. Este enfoque podría ser el componente de una intervención más integrada. No se trata de favorecer al criminal. Se trata de cerrar la brecha de la desigualdad.

 

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