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Los palcos de la Ópera de París

Manuel Drezner
25 de noviembre de 2015 - 01:54 a. m.

En París les encanta hacer escándalos artísticos, como lo muestra la accidentada historia de las artes en el París de ayer, cuando muchas veces han castigado obras maestras con protestas que frecuentemente nada tienen de pacíficas. En estos momentos se está protagonizando otra polémica que algo tiene que ver con las artes. Se trata de que Lissner, el director de las óperas de París, decidió eliminar las divisiones entre los palcos en el Palacio Garnier, una de las casas líricas tradicionales de la capital francesa.

Fundamentalmente lo que se quiere es agregar puestos adicionales al teatro lo cual, según dice, redundaría en entradas adicionales entre 300 y 600 mil euros extras por año. Fuera de eso, la visibilidad mejoraría para quienes tienen que sentarse en las sillas traseras de los palcos y la acústica mejoraría. Naturalmente los tradicionalistas han levantado la voz en forma estruendosa, porque dicen que eliminar las divisiones afea el teatro y además va contra la tradición. El director ha seguido adelante, pero los que protestan han hecho una campaña vociferante que ha ocupado las primeras planas de los periódicos parisinos.

La razón de que traiga esto a cuento es que hace unos años en el Colón de Bogotá, cuando se estudiaba la reforma del teatro, como asesor temporal sugería que en el coliseo bogotano se hiciera exactamente lo mismo. Las mediciones técnicas habían demostrado que las divisiones entre los palcos creaban grandes problemas acústicos, puesto que cada palco era una caja negra que no permitía la adecuada reflexión del sonido. Fuera de eso, como a los pobres espectadores que les toca la parte de atrás del palco no ven casi nada, se resolvía ese problema y además se agregaba un número significativo de sillas al aforo del teatro. Si hubiera cometido una blasfemia, la reacción no hubiera sido peor. La en ese entonces directora del teatro afirmó que eso iba contra la tradición. No valió que se le dijera que esa tradición era la de los llamados oligarcas que exigían su palco separado y que la parte de atrás la misma tradición la destinaba a los sirvientes. Se perdió entonces la oportunidad de hacer esa mejora en el Colón y siguen los palcos con divisiones dañando la acústica y no dejando ver a quienes les toca atrás. Ojalá que en París les vaya mejor…

Esta columna fue escrita antes de los ataques terroristas en París y se juzgó poco apropiada publicarla en ese momento.

 

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