Los papás matan a Facebook

Los jóvenes están cada vez más desencantados con Facebook. La razón: sus padres se sienten cada vez más atraídos por esta aplicación.

Los menores —y los no tan menores— se sienten vigilados, no sólo por sus progenitores, sino por cualquier institución que tenga acceso a sus páginas. Es cada vez más creciente el rumor de que universidades y empresas revisan el Facebook de sus prospectos para analizar (quién sabe con qué criterios) el tipo de persona que van a admitir o contratar.

De nada han servido las normas de privacidad instauradas y lentamente mejoradas por Zuckerberg; los adolescentes se creen expuestos al Gran Hermano que representa esta red social. Por ello han acudido a la nueva sensación en aplicaciones: Snapchat. A través de esta red se pueden enviar fotos y videos controlando no sólo el destino, sino el tiempo en el que éstos permanecen en la red. Después del margen preestablecido se autodestruyen y no queda ningún registro. Además, la aplicación informa si el receptor decidió descargar la foto o hacer una “captura de pantalla”. De esta manera, a pesar de las críticas por el “sexting” (el intercambio de fotos con contenido sexual), es posible tener lo mejor de los dos mundos: unos minutos de gloria, sin la angustia de dejar el registro.

Durante años hemos buscado la manera de permanecer en el tiempo: de hacer historia. Ahora, cuando internet ha logrado que todos tengamos la posibilidad de dejar una huella, el reto es cómo vivir sin hacerlo. O mejor, cómo registrar únicamente ese pedazo de nosotros que queremos que trascienda. Quizá por vanidad o quizá meramente por privacidad. Hay vivencias que queremos que existan únicamente en nuestra memoria. Todo tiempo pasado es mejor justamente porque cada quien lo recuerda como más le parezca. Snapchat captó esta característica básica de la naturaleza humana y ahora su precio supera los 3.000 millones de dólares.