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Los pescadores imaginados

Lorenzo Acosta Valencia
02 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

El saludo de año nuevo del presidente Juan Manuel Santos, emitido el pasado 30 de diciembre desde playas sanandresanas, puso en escena la ilusión de un consenso irrefutable alrededor del reformismo del Gobierno, la incidencia social de sus programas y la labor del Legislativo en el 2012.

Santos apareció rodeado de raizales de todas las edades, una genealogía anónima en el “territorio más al norte y más caribe de nuestro país”. Presentados apenas como “pescadores” en busca de consuelo por la sentencia de La Haya, aquellos descendientes de Anancyland debían seguir un guión silencioso con gestos que sustituyeran el dolor por la esperanza, mientras el presidente les expresaba el afecto de la Nación y los hacía partícipes de la prosperidad. Los “isleños” —prometió Santos— “se van a beneficiar de obras sociales y de infraestructura, además de incentivos a la inversión como los que contempla la reforma tributaria que sancioné esta misma semana...”. Lo demás fueron abstracciones de los “avances sociales” que se referían al asistencialismo y a la atracción de inversionistas: “Nos están sacando de las listas negras (sic); dejamos de ser la ovejita negra (sic) de la región”.

Los isleños debían asentir ante un mandatario que no se expresaba en criollo sanandresano. Lo hizo una mujer mayor, a la derecha del presidente, exagerando la sonrisa al mencionarse “los más y mejores empleos” que habrán de propiciar los tratados de libre comercio; también sonrió uno de los pescadores, como si las noticias de integración económica en el Pacífico despejaran su preocupación por el futuro del Sea Flower. A la siniestra, una niña muy juiciosa asentía ante la lista de logros de los programas del Departamento para la Prosperidad Social. Esa niña ya parecía aprobar por hábito la promesa de los mayores recursos que la reforma tributaria habrá de destinar a la salud. A otro niño le correspondió chocar manos con Santos y observarlo con algo similar a la devoción.

Aquellos pescadores imaginados, lejos de ser sujetos que proponen desde su autonomía constitucional e histórica, estaban ahí para representar al colombiano como un genérico beneficiario de mesadas y programas diseñados por tecnócratas, cuyo único interlocutor es un Congreso “a la altura del momento crucial que vive el país”. A la altura, por ejemplo, de las investigaciones inciertas que consagra el nuevo fuero militar o de aquel impúdico proyecto de reforma a la Justicia. De la misma manera, vacía se dice “víctima” para hablar del sujeto a indemnizar, o “trabajador”, para designar un aumento salarial precario, al tiempo que se celebra el “incremento de una pujante clase media”, para referirse a la ampliación de las retenciones en la fuente. Ese país “más moderno, progresista y justo” apela a los ‘colombianos’ para ofrecer apenas cifras en el aire sobre la reducción del desempleo y el homicidio.

El presidente seguía hablando con el mar como telón de fondo. Vislumbraba la reelección, mientras la Secretaría de la ONU se esfumaba en su horizonte político: la asignación de viviendas gratuitas para personas en condición de pobreza extrema avanza rampante de la ciudad al campo; el 2013 habrá de ser el año de la paz que “multiplique la prosperidad que estamos construyendo...”. En la escena, la mayor de las mujeres prefirió mantenerse impávida, sus ojos blancuzcos muy fijos en la cámara bajo un sombrero negro. Los pescadores imaginados aplaudieron, más bien indiferentes, cuando aquella voz alcanzó un indeciso punto final.

 

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