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Luces y sombras

Lorenzo Madrigal
17 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.

Va viendo uno las cosas en su más y su menos, pues nada hay completo, y embarga una rara indiferencia. “No sé si yo me voy o si las cosas se alejan” es una interpretación de algo que se mueve cuando estamos quietos y la hace el poeta De Roux a propósito del estado somnoliento de la vejez. Su poesía me acompaña siempre; es de aquel notable jesuita que murió en la racha del COVID, en diciembre último.

Observa uno multitudes, cientos de miles, que desfilan pacíficamente durante el día; para los noticieros la jornada discurre en calma, pero se editan temprano. Por ratos ve uno a los jóvenes cantando en comparsas de distinto nombre: reguetón, salsa, o hacen de saltimbanquis de circo, la verdad meritorios.

Luces y sombras
Foto: Héctor Osuna

La alcaldesa comenta que sus muchachos lo que están es descansando y dando una tregua a su indignación: quedo lelo, nadie baila en un sepelio, no en nuestras costumbres funerales. Llego a pensar que animar de este modo las marchas es reactivarlas, es convocar más y más gente a la protesta. Convertir los justos reclamos en una fiesta sirve a los organizadores para sacar a muchos del encierro prolongado del COVID.

Cuando se desborda la protesta, caída la tarde por lo regular, aparecen los encapuchados y la pedrea comienza. No parece que fueran los mismos que venían en desfile tranquilo. Y no lo son, aunque la diferencia es poca; el mismo jersey, igual bluyín, tenis, juventud, cabellera negra abundante, envidiable lozanía. Pero intenciones distintas. Es difícil que se abandone el discurso de que la aglomeración será pacífica, cuando todos saben que no lo será y los comerciantes precavidos embozan sus negocios con madera y cortinajes.

Hay algo en apariencia organizado para que dure varios días. Pongo en duda la espontaneidad. Habría manifestantes con misiones diferenciadas, y los organizadores no se responsabilizan por la eventual llegada de los violentos. Escuché vociferar a algún grupo en una capital que no sabía exactamente contra cuál reforma se estaba protestando y no había caído aún la defenestrada tributaria.

Y es que la protesta tiene un solo fin en sí misma: la protesta. Este Gobierno, que es de un buen hombre, trabaja y hace lo que puede, sin duda cosas buenas, y sufre las consecuencias de la revuelta; les molesta, les representa un régimen inicuo, como si desconocieran los indignados que los hay de verdad inicuos en la vecindad, a los que respetan.

Pasados los días, tras destrozos y ruinas, cae la interpretación de la izquierda internacional (CIDH, ONU, señora Bachelet, revolucionaria ella misma) en contra del Gobierno y sus fuerzas de defensa. Se ignoran otros desmanes. Hasta Greta Thunberg, la artificiosa niña convertida en ícono de humanidad, se toma la osadía de regañar al Gobierno nacional para hacer causa común con la tradicional izquierda, refugio de cuantos opinan.

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