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MACROLINGOTES

Óscar Alarcón
03 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

A propósito del fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya se ha recordado la “pérdida” de Panamá.

Aparte del “raponazo” del gobierno de Roosevelt, que nadie discute, la verdad es que Panamá siempre tuvo vida propia y yo en dos libros que he escrito sobre el tema (Panamá siempre fue de Panamá y Panamá, capital de Colombia) me he atrevido a asegurar que ese istmo jamás fue nuestro, como sí puede predicarse de cualquiera de nuestros departamentos, incluidos San Andrés y Providencia.

Panamá se separó de España el 28 de noviembre de 1821. Se anexó a Colombia, por su propia voluntad, el 24 de febrero de 1822. Antes del 3 de noviembre de 1903, cuando definitivamente se separó de Colombia, lo hizo en otras cuatro ocasiones, entre otras, en 1830, cuando la guerra de los Supremos, y también en 1860, cuando Mosquera derrotó al gobierno de la Confederación Granadina que presidía Mariano Ospina Rodríguez.

En la lejana Bogotá del siglo XIX no se sabía lo que ocurría en Panamá. Jamás en la capital colombiana se supo lo importante que fue Panamá cuando la fiebre del oro de California. Eran los tiempos en que miles y miles de personas intentaban pasar por el istmo cuando no había ni ferrocarril ni canal, haciendo la travesía del océano Pacífico al Caribe, con la ilusión de hacerse ricos con la exploración del oro. Colombia estaba en las interminables guerras civiles, como si fuera un país long play, con 33 revoluciones por minuto.

Ese gran prolífero escritor, como lo es Otto Morales Benítez, publicó hace varios meses dos tomos editados por la Universidad Industrial de Santander, en los que, además de un ilustrado ensayo, recopila interesantes documentos sobre el istmo vecino (Uribe Uribe y Panamá, altura jurídica, política y moral de la patria), haciendo claridad sobre esa historia desconocida.

 

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