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Mañana es el día

Julio César Londoño
14 de junio de 2014 - 04:30 a. m.

Es difícil entender que el principal líder político de Colombia sea un señor que lideró una contrarrevolución social, el paramilitarismo, que multiplicó por mil nuestros ya enormes problemas sociales y retrasó en decenios nuestro desarrollo.

Y que ese mismo señor, Álvaro Uribe, puede lanzar hoy acusaciones graves contra el presidente y afirmar que tiene pruebas, y mañana decir que solo tiene informaciones o indicios o consejas, y su reputación no sufre menoscabo alguno entre su zombi grey.

¡Y decir que el infante Juan Manuel es comunista!

Cómo entender que en sus gobiernos el promedio de víctimas del conflicto (mutilados, secuestrados, desaparecidos, asesinados, desplazados, expropiados, violadas) pasó de 216.000 a 450.000 (v. Informe de la Unidad de Víctimas) y que sin embargo se lo recuerde hoy como el adalid de la seguridad. Es imposible entender por qué el mayor genocida de la historia del país sigue teniendo audiencia incluso en sectores más o menos bien informados. Ni por qué tiene arraigo popular después de que echó por tierra muchas conquistas salariales de los obreros, fue generoso en gabelas con los empresarios, los ingenios azucareros, los latifundistas y las multinacionales de la industria farmacéutica, provocó la debacle de la salud con la nefasta Ley Cien y empeoró la calidad de la educación con un aumento irresponsable de la cobertura.

Alguna vez, Álvaro Uribe dijo que no había enviado tropas a Venezuela porque no había tenido tiempo. Estoy seguro de que si recupera el poder mañana, cumplirá su sueño y el pusilánime sacamicas que lo representa le declarará la guerra a Venezuela, desafío que aceptará gustoso el emproblemado y armadísimo régimen que allá gobierna.

Estoy seguro de que Uribe volverá a burlarse del dolor de las familias de los “falsos positivos” (“¡No me digan que esos muchachos estaban cogiendo café!”), volverá a pisotear la Constitución y a ridiculizar en público a sus ministros en los inocuos consejos comunitarios.

Se equivocan los que piensan que el único logro de Juan Manuel Santos son los diálogos de La Habana. Frente al caudillismo mesiánico, sangriento y autoritario de Uribe, Santos representa, con todos sus errores, una opción ampliamente democrática. Ha logrado que un pueblo sin un proyecto nacional definido se aglutine en torno a una bandera blanca. Hoy están con él los cristianos, los católicos, los gays, los liberales, los verdes, los amarillos, los rojos, buena parte de los conservadores, Opción Ciudadana, Cambio Radical y la Unidad Nacional.

También respaldan su candidatura los intelectuales, los artistas, los académicos y hasta los empresarios. Hoy vemos bajo la misma tolda, y por primera vez en la historia, a Piedad Córdoba, Humberto de la Calle, el general Naranjo, el general Mora, el senador Iván Cepeda, el cardenal Darío Castrillón, los empresarios Ernesto de Lima, Nicanor Restrepo, Luis Carlos Sarmiento y Carlos Ardila Lülle, la gestora cultural Amparo Sinisterra de Carvajal, el alcalde Rodrigo Guerrero, el neurocientífico Rodolfo Llinás, el pintor Fernando Botero y el 90% de los analistas de opinión. Y el 99% de la opinión internacional. ¿Estarán equivocados tantos notables juntos? ¿Qué hizo posible este milagro de unidad nacional? La respuesta es simple: los unió el rechazo a la guerra, el miedo al regreso de Uribe, la firme voluntad de no volver a sufrir esa barbarie que vivimos bajo su guadaña y su verborrea.

Mañana es el día en que debemos decidir si aprovechamos esta minga inédita para iniciar un gran proyecto de reconstrucción nacional, o volvemos a la época más oscura de nuestra oscura historia.

 

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