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Manizales: lo nuestro

Alfredo Molano Bravo
10 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

No salieron bien las cosas ni en la novillada ni en la corrida con matadores colombianos. La afición espera con interés estos eventos porque permiten ver qué se está formando y qué toreros nacionales tenemos.

 Es una muestra significativa de lo que hay. La conclusión general no es satisfactoria. Por el lado de los toros, el panorama no es diferente. No hubo toreros ni hubo toros, excepción hecha del primero del encierro de Dosgutiérrez que lidió Sebastián Vargas en la corrida de matadores, al que le hizo una buena faena, y de algunas maneras que mostró Luis Miguel Castrillón en la de novillos. De resto, penas y penas.

Las malas corridas enseñan mucho porque se ve hacer lo que no se debe hacer. Los toreros, tanto matadores como novilleros, acusan, a mi entender, un defecto fundamental: no encuentran el sitio, tienen dudas, se atiborran, se aturden y terminan haciendo cualquier cosa, lo que pueden, lo que se les ocurre, que es moverse. Se mueven porque no saben qué hacerle al toro y no lo saben porque no se han conectado con él, parados en el sitio donde es. Ese sitio es uno y no otro. Diría yo, arriesgando: es un campo magnético donde las energías de toro y del torero se corresponden. El animal se siente seguro y el torero se olvida de las graderías. Están solos frente a frente; el torito prende, el torero recibe. Creo que ese lugar común posibilita una especie de comunión y por tanto es casi un sitio sagrado (no hay que olvidar que las corridas son una ceremonia cuyo origen fue religioso, y en muchos aspectos siguen siéndolo). El miedo —natural y necesario en un torero— que se siente, pero no se vence, lleva a buscar, sin saber qué ni dónde. Se improvisa cualquier pase para salir del lío y no para estar en él, presente y consciente: enfrentando. La improvisación derrota la inspiración; contrabandearlas es nefasto y el público, aunque no lo sepa, lo siente. La inspiración es una chispa de creación que le da al torero certeza y, por tanto, reposo.

Los novilleros estuvieron tratando de hacer y no pudieron. Sánchez Mejía mostró valor, una condición indispensable pero insuficiente; se deja engañar por la intuición. Castrillón tiene modales, cuida la forma, pero descuida el fondo, la pasión. A Santiago Gómez no le vi ni lo uno ni lo otro. De los matadores no se puede alegar falta de oficio. Lo tienen. Me dejaron la sensación de que si el toro no hace por ellos, ellos no hacen por el toro. No lidian. Se escapan del compromiso buscando el arte puro y terminan huyendo; me parece que es el caso de Arcila. Naranjo mostró más ganas que poder. Cierto es que le correspondieron los toros más peligrosos del encierro de Dosgutiérrez. Uno, el séptimo de la tarde, era un asesino que buscaba atravesar al torero, llevárselo a las tablas y dejarlo ensartado en ellas. Una fiera. Más fácil torear un tigre. Naranjo, voluntarioso y valeroso, trató de matarlo de la misma manera que el toro quería matarlo a él, de cualquier forma, a cualquier costo. La gente aplaudió su desprendimiento y su temeridad. Willy Rodríguez rejoneó sin tino. Quizá se salven unas banderillas haciendo con su caballo, Jerez —bello palomo—, un quiebro, y otras, a su segundo, al violín. Andrés Bedoya, que actuaba como sobresaliente, no pudo y no pudo. Al primero quería matarlo por el hocico y al segundo, que tampoco pudo matar el rejoneador, lo masacró hasta el último aviso. Punto aparte.

Sebastián Vargas hizo a su primero, un encastado llamado paradójicamente Congresista, la mejor faena de la tarde de matadores, y, para muchos, de lo corrido de feria. Ganó pasos hacia el centro con verónicas ajustadas y remató en una revolera. “Cuando se quiere, se puede”, comentó mi vecino. Pica corta, digamos, tenue. En banderillas, Sebastián es enorme, se crece, pone el corazón, se regusta en ellas. Con la derecha templó y llevó con suavidad suave a un noble de embestida dulce. Pases como acordes. Por eso hizo sonar la banda. Con naturales mandó, ligó, apostó y ganó: ovación. Sobraban las manoletinas. Había hecho lo que agradeció al cielo. Dos orejas. En su segundo, pareció en los primeros lances que iba al bis. No pudo, no era el mismo toro, era otro: malicioso, matrero, quedado, malgeniado, como el resto del encierro, que, con la excepción de Congresista, fue desastroso, como el mismo ganadero lo reconoció. A todo señor, todo honor. Los toros de la novillada de Cerrobermejo salieron alegres y se apagaron al segundo lance, casi no llegaron al caballo. Y el resto, ni qué decir. Tampoco los de La Carolina dieron juego, excepto el que toreó David Mora; fueron toros para carne. Por estos lados vamos peor. Hoy saltarán al ruedo los de Ernesto Gutiérrez. Que la sangre que llevan nos traiga suerte.

* Enviado Especial Manizales

 

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