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Marte

Juan David Correa Ulloa
14 de junio de 2012 - 11:00 p. m.

"Telepatía, hipnosis, memoria e imaginación" son las armas que, sugiere el capitán John Black, tienen los marcianos cuando llega a Marte y descubre, como en una horrenda pesadilla, que todo a su alrededor es pasmosamente parecido a la geografía de su infancia, en un pequeño pueblo de Ohio.

En efecto, Lustig, Hinkston y Black han llegado, como lo irán comprobando a lo largo del relato, al pasado, a 1926. Lustig es el primero que lo sabe: “¿Y si por accidente nos hubiésemos perdido en las dimensiones del espacio y el tiempo, y hubiéramos aterrizado en una Tierra de hace 30 y 40 años?”, se pregunta. El relato se llama “La tercera expedición” y pertenece a Crónicas marcianas, acaso uno de los más memorables libros de Ray Bradbury, fallecido la semana pasada. Y es un cuento tan aterrador que uno, como lector, se siente persuadido de que esas cuatro características con las que empecé esta columna, eran las herramientas con las que trabajaba ese escritor nacido en Illinois, en 1920. Los tres tripulantes, como en la mayoría de las expediciones del libro, terminan por comprender que todo viaje supone un retorno: Black, Lustig y Hinkston han regresado, como hombres de más de 60 años, en el año 2000, a un pasado remoto, y allí encontrarán la muerte.

“Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como lo puso Sinclair Lewis, en Main Street”, ha dicho Borges de Crónicas y es lo que uno siente cuando se pasea por cada uno de los 25 relatos que comienzan en enero de 1999, con “El verano del cohete”, y terminan en octubre de 2026, con “El picnic de un millón de años”. Cada uno de los cuentos tiene una dosis de humanidad que me hace recordar aquella magistral lección de escritura llamada Zen en el arte de escribir. Allí Bradbury confiesa que toda su literatura partió de ensoñaciones o recuerdos que parecían verdad: cómo, entonces, no pensar que el episodio que viven el señor y la señora K. en el relato llamado “Ylla”, donde un marciano siente celos de su mujer porque ha soñado con la venida de un hombre de ojos azules, pelo negro, y tez blanca, y termina inventando una excusa para que ella no salga de su casa por temor a que la premonición se haga realidad; cómo no pensar en que los porches solitarios de Marte, sus llanuras extensas y verdes adornadas por un cobrizo brillo fueron las de ese hombre que, a los noventa y dos años, fue capaz de regalarnos la maravilla de mirarnos en los espejos de un universo que hasta hoy seguimos desconociendo: el de nosotros mismos.

Crónicas marcianas, Ray Bradbury, Minotauro.

ojoalahoj@yahoo.com

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