Más allá de la corrupción

Antieditorial
20 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Por Nelson Castillo Pérez

En Colombia la corrupción se percibe desde varios ángulos: el saqueo de las arcas públicas por parte de las administraciones de turno, en contubernio, en algunos departamentos, con grupos al margen de la ley, como sucede en el campo de la salud; el deterioro de la democracia, vista como un ejercicio de compraventa de votos llevado a cabo por aspirantes de los partidos tradicionales y la clientela; y el sector de la justicia, percibido como un instrumento ineficaz, proclive.

Desde la mirilla de la corrupción, en Colombia se vive un derrumbamiento moral causado por la aplastante y nefasta convicción de que “esto no lo compone nadie”. Se tiene el convencimiento de que los gobernantes y sus camarillas se enriquecen ilícitamente, sin remedio. Ese estado de postración de los que enarbolan el pesimismo en cada proceso electoral genera la permisión y todo se deja como está, porque, ¿para qué? De ahí el alto grado de abstencionismo, que según algunos medios de medición llegó en las pasadas elecciones a cifras exorbitantes.

Los que venden el voto lo hacen por la convicción de que no tendrán una segunda oportunidad con el político. No lo volverán a ver, se esfumará, sus acciones no se verán reflejadas en la transformación social, convencido este a su vez de que el fenómeno aberrante de la compraventa de voto lo exime de cualquier compromiso con el desarrollo del entorno que lo eligió.

Las causas del estado de guerra y de corrupción galopante que hemos venido padeciendo desde hace muchos años pueden tener su origen en la ignorancia supina acerca del concepto de felicidad y de los medios para acceder a ella. De hecho, Colombia ha clasificado como uno de los países más felices del mundo.

Detrás del visible detrimento de los valores individuales y sociales, el grado de corrupción con que se administran los recursos del Estado, el drama de los desplazados por la violencia, la inseguridad, la degradación de las elecciones, el surgimiento del narcotráfico; en fin, detrás de todo eso, se agazapa una equivocada interpretación del concepto de felicidad, que en términos simples debe verse como la tranquilidad de la conciencia después de haber actuado con justa razón..

El dinero de la corrupción fascina tanto que los implicados, enceguecidos por las ansias ciegas de obtener dinero, atraídos por las añagazas de la fastuosidad y la falsa prosperidad, no vislumbran las consecuencias, el escándalo, la cárcel, que es como morirse en vida.

La felicidad consiste en prevenir el perjuicio que una decisión en la vida puede causar. Antes de actuar, lo ético, la reflexión, sopesar, escoger lo que mejor conviene. A la felicidad se llega a través de las virtudes, que son actos de la razón. El ser superior es aquel que razona. El fin último de la educación, como dijo Aristóteles, es la felicidad. Corromper puede ser una inclinación natural de los hombres, per es deber de la educación formar individuos felices, razonables, temerosos de la ley y de la voz de la conciencia.

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