Más de la polarización

Santiago Gamboa
16 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Una de las paradojas de la vida política colombiana tiene que ver, de nuevo, con la polarización. Todo el mundo se rasga las vestiduras y exclama, ¡es que estamos polarizados!, y esto se dice como si fuera algo reciente, un nubarrón momentáneo, cuando la verdad es que este país ha estado dividido desde el mismo día de su independencia, con Santander y Bolívar, y esa polarización, cada tanto, se manifiesta en su forma más natural, que es con ríos de sangre, torrentes y páramos de sangre, como pasó en la Guerra de los Mil Días, o en eso que acá llamamos la época de la Violencia, con mayúscula, refiriéndonos a los años 50, como si las demás épocas no lo hubieran sido. Los nombres van cambiando, pero en esencia siempre se trata de lo mismo: conservadores y reaccionarios versus progresistas. El objeto de disputa también es el mismo: la tierra y el botín del Estado. Incluso los muertos son los mismos: los campesinos, los afros, los indios. Los pobres. Es que, en este país, las cosas no cambian.

Ha habido paz cuando los tradicionales dueños se han puesto de acuerdo en repartirse el botín. Por ejemplo, en el Frente Nacional. Por eso la reacción y los estamentos conservadores de hoy no tragan el proceso de paz: porque no es entre los dos tradicionales dueños, sino entre un Estado transitoriamente progresista y la guerrilla, y porque la “repartición” a la que se llegó tiene para ellos un peligroso parecido con algo que podría ser interpretado más adelante como “justicia social”, e incluso como “reforma agraria”. Por eso no lo van a aceptar nunca. Algunos puede que lo mastiquen, pero definitivamente no lo tragan. Tal vez el único cambio, que sin duda será también transitorio, es que antes la Iglesia apoyaba las posiciones conservadoras y reaccionarias. Hoy, por el papa Francisco, ya no es así. Los reaccionarios de hoy son las iglesias evangélicas, esa “tercerización” del negocio del espíritu que está resultando casi mejor negocio que el narcotráfico.

Pero lo paradójico que señalé al principio tiene que ver con las posiciones actuales de cara a las elecciones del año entrante. Cuando uno mira los resultados de los sondeos de intención de voto, la polarización no aparece. No se ve. ¡Los candidatos que están en lo alto de las listas están, todos, a favor del proceso de paz y su implementación! Es el caso de Sergio Fajardo y Gustavo Petro, de Clara y Claudia López, de Humberto de la Calle o Juan Manuel Galán. Los uribistas Iván Duque y María del Rosario Guerra están muy por debajo, y el esperpéntico Ordóñez, el de los 16 carros de escolta pagados por nosotros, ni se diga. El único que podría representar a esa reacción y está en un puesto alto es Vargas Lleras. Pero me resisto a creer que va a unirse a Uribe, entre otras cosas porque dudo que Uribe llame de nuevo a sus huestes paisas a votar por un cachaco de clase alta y nieto de presidente. Ya le salió mal una vez, y el perro no vuelve a pasar por donde le dan palo.

¿Será que de verdad el país está cambiando? Prefiero recordar la dura lección del plebiscito, que desautorizó a todos los sondeos. El país de las cifras quedó de lado y el real e histórico, el de las dos caras, volvió a surgir.

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