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Matanzas, culpables y responsables

Juan Carlos Botero
03 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

Cada masacre en EE.UU. tiene un culpable. Ya sea en Aurora, Tucson, Newtown o donde sea, la persona que dispara el arma y mata a gente indefensa tiene nombre propio: James Holmes, Jared Loughner, Adam Lanza, etc.

Pero hay un grupo de individuos, mucho más amplio, que son quienes han hecho que esas tragedias sean posibles. Quizá no son culpables directos de las muertes, pero sí son responsables de que éstas sucedan, y son todos aquellos que han defendido, de una forma u otra, la posesión de armas de guerra en manos de civiles.

Cuesta creer que alguien apruebe que un ciudadano, sin entrenamiento militar, tenga acceso casi ilimitado a armas de combate y automáticas. Es decir, que una persona, sin ningún tipo de control eficaz, pueda comprar un AK-47 sin pasar una prueba de salud mental, sin revisión de antecedentes judiciales, con toda libertad y hasta por internet, para que el fusil de asalto le llegue a su casa.

Después de la masacre en Colorado, la revista Time publicó un artículo sobre las muertes por armas de fuego en EE.UU., con un dato escalofriante: nos enteramos de una matanza cada cierto tiempo, pero en promedio allí ocurren más de 20 al año. Esa demencia es injustificable. No puede ser, como pasó esa vez en Aurora, que un lunático compre munición de alto calibre, granadas, cuchillos de guerra, fusiles de asalto y cargadores tambor de 100 balas, surtiendo un verdadero arsenal durante meses y sin causar alarma o despertar sospechas.

Desde hace años la NRA replica con el mismo argumento: no son las armas sino las personas quienes matan a otras personas. Pero eso es absurdo. Lo mismo se podría decir de los automóviles: no son los carros sino los que los manejan quienes causan accidentes de carretera. Sí, pero en aras de la seguridad pública se han tomado medidas sensatas para hacer que los vehículos sean menos peligrosos: bolsas de aire, cinturones de seguridad, pruebas de colisión, de frenos, etc. Igual debería ser con las armas: se requieren leyes elementales para defender a la población e impedir que fusiles de guerra terminen en manos de civiles. Si un auto defectuoso causa una muerte accidental, hay un retiro masivo. Las armas, en cambio, causan 11 mil homicidios y 19 mil suicidios al año en EE.UU., más que en todos los demás países industrializados juntos, y aun así éstas se venden, como si nada, en centros comerciales.

Entiendo, aunque no comparto, la afición por la cacería o que alguien tenga una escopeta para protegerse de osos en las montañas. Pero entre esas armas y los rifles de asalto hay un abismo. Ambos matan, pero unos matan más. Y no es una cuestión de números, sino de vidas destruidas y personas acribilladas.

Nicholas Kristof señaló hace poco que en EE.UU. es más difícil adoptar una mascota que comprar un fusil de guerra. Siendo así, los baños de sangre seguirán. Porque, hay que insistir, aun si el culpable de la matanza es un particular, los responsables de que ésta ocurra es un tropel: cada persona que invoca la Segunda Enmienda a la Constitución, alegando que tiene el derecho de comprar las armas de su preferencia. Las grandes tragedias siempre requieren multitudes, a todos aquellos que, por acción u omisión, las facilitan o permiten. Que esa gente se mire las manos. Están teñidas de sangre.

 

 

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