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Memoria de un descuartizador

Reinaldo Spitaletta
10 de febrero de 2015 - 03:55 a. m.

Colombia es un país de masacres. Unas, cometidas por las guerrillas.

Otras, por paramilitares, muchas veces en alianza con agentes del Estado. Y las de la violencia liberal-conservadora, realizadas por “pájaros” y otros asesinos, muchos de ellos, casi todos, al servicio de grandes terratenientes. No alcanzaría el espacio de la columna para enumerar tantas matanzas, como las de Mapiripán y Punta Coquitos y la Negra y Honduras y Pueblo Bello y La Chinita…, que el horror ha sido pan cotidiano en este país de desventuras sin cuento.

Ahora, una de las múltiples masacres paramilitares vuelve a la palestra pública, después de que el Tribunal Superior de Medellín “compulsó copias” para que el senador Álvaro Uribe sea investigado por la aparente presencia de un helicóptero de la Gobernación de Antioquia en momentos en que acontecía la masacre del Aro, iniciada el 25 de octubre de 1997, cuando el expresidente se desempeñaba como gobernador de dicho departamento. Se recuerda que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por estos hechos.

En noviembre de 2008, el paramilitar Francisco Enrique Villalba, alias Cristian Barreto, que comandó el grupo de 22 hombres que cometió la masacre del Aro, en Ituango, implicó a Uribe en los sucesos, además de señalar que se había entregado en febrero de 1998 a la justicia, cuando se enteró de que venían los magnicidios de Eduardo Umaña, Jesús María Valle y Jaime Garzón (ver El Espectador, 12-11-2008). Como se sabe, el delincuente fue condenado a 33 años y cuatro meses de prisión por los sangrientos acontecimientos del Aro y a 37 años por la masacre de La Balsita. Fue asesinado en La Estrella, en abril de 2009.

Como muchos paramilitares, había adquirido el vicio de matar, como lo señalara alguna vez el extraditado alias HH. Su entrenamiento fue pavoroso, según lo relató a la Fiscalía. Comenzó su curso macabro en 1994, en la finca la 35, en El Tomate, San Pedro de Urabá, al mando de Doble Cero (paramilitar del Bloque Metro que después fue asesinado por miembros del Cacique Nutibara). Se volvió un experto en descuartizamientos. Su habilidad de inhumano carnicero quedó demostrada con el tendero de El Aro, al que le arrancaron los ojos, los testículos y el corazón.

Su aprendizaje lo hizo con campesinos apresados en las tomas de pueblos vecinos. "Eran personas de edad que las llevaban en camiones, vivas, amarradas". Las víctimas las transportaban en vehículos carpados, las encerraban en cuartos y luego se exponían a los asesinos. "Las instrucciones eran quitarles el brazo, la cabeza, descuartizarlos vivos. Ellos salían llorando y le pedían a uno que no le fuera a hacer nada, que tenían familia".

Lo que sigue puede dejar al lector a punto de un síncope, por lo espeluznante, y la frialdad del asesino en relatarlo: "A las personas se les abría desde el pecho hasta la barriga para sacar lo que es tripa, el despojo. Se les quitaban piernas, brazos y cabeza. Se hacía con machete o con cuchillo. El resto, el despojo, con la mano. Nosotros, que estábamos en instrucción, sacábamos los intestinos". Los cuerpos (unas cuatrocientas víctimas) los enterraban en la misma finca, en fosas comunes.

El Aro era un poblado de unas cuatrocientas personas. Los que sobrevivieron a la masacre, salieron desplazados. Los paramilitares se robaron el ganado. Dos meses antes de la matanza, la junta de acción comunal pidió protección a la gobernación, la cual no fue otorgada, “porque no había tropa disponible”, según se lee en el texto de la sentencia de la Corte Interamericana. Sin embargo, la matanza se efectuó en complicidad con “agentes del Estado”.

“Luego de matar a varios residentes del pueblo, los paramilitares quemaron las casas, los locales y los ranchos a su alrededor entre los días jueves y viernes. El sábado los paramilitares salieron del pueblo luego de haberlo incendiado”. Unos 300 desplazados salieron hacia Puerto Valdivia. “Al pasar sobre el río Cauca, los desplazados vieron soldados del Ejército en un lado del puente y a paramilitares en el otro lado” (Corte Interamericana, sentencia de 1 de julio de 2006).

El paramilitar Villalba decía en sus declaraciones que en uno de los días de la masacre, al Aro llegaron dos helicópteros: uno, blanco, de Carlos Castaño; el otro, amarillo, de la Gobernación de Antioquia. Sobre la presunta presencia de este último aparato es que investigarán al senador Álvaro Uribe.

 

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