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Mentes injubilables

Klaus Ziegler
07 de enero de 2010 - 02:14 a. m.

Hasta hace poco en Colombia un hombre se jubilaba a los 50 años. La quinta década señalaba el final de sus años fértiles y sugería el momento de retirarse de la vida activa, retiro que con frecuencia se hacía forzoso.

La ociosa inmovilidad a la que se veía obligado el debutante de anciano, y el demoledor sentimiento de nulidad que carga este estigma, iban minando la moral del pensionado hasta convertirlo en un inútil, en un  ser vegetativo.

Que un hombre de 50 años sea considerado viejo es apenas natural en un país en el que hasta hace muy poco el promedio de edad no superaba los 25 años y la esperanza de vida los 65. No obstante, esta percepción, además de subjetiva, sigue siendo un prejuicio nefasto que conlleva al imperdonable desperdicio de destrezas y conocimientos que solo se logran después de años de experiencia, y al injustificable despilfarro de la capacidad productiva de una población que con frecuencia se encuentra en el momento más fructífero de sus vidas.

Son muchas las disciplinas en las que la sabiduría acumulada a lo largo de la vida cuenta más que el vigor intelectual o físico. Profesores, médicos, ingenieros, o arquitectos, para dar unos pocos ejemplos, son con frecuencia más productivos y útiles a la sociedad en la madurez que en la juventud. Cualidades como la inventiva y la creatividad no desaparecen necesariamente con la edad, y menos en aquellos individuos que mantienen viva su curiosidad y activo su cerebro.

Son innumerables las grandes obras de la cultura universal realizadas por individuos cuya edad superaba el medio siglo: Darwin escribió El origen de las especies a los 50 años y Kant su Crítica de la razón pura a los 57. Sófocles, a los 82 escribió Edipo en Colono, un texto que aun se conserva joven; Tolstoi concibió su obra maestra, Guerra y paz, cuando era octogenario y Bernard Shaw, nonagenario, publicó su última obra. Recientemente, el Nobel José Saramago, a sus 87 años ha entregado al mundo una nueva novela, Caín, valerosa y lúcida.

Tiziano, con 92, pintó Mujer joven, una obra maestra. Frank Lloyd Wright comenzó los planos del museo Solomon Guggenheim, en Nueva York, a los 88 años, y celebró su terminación en su cumpleaños número 90. Verdi compuso Otelo a los 74 años de edad y Falstaff a los 80. Linus Pauling, a los 91 publicaba investigaciones con la energía y frescura de un joven, y el gran matemático suizo Leonhard Euler produjo más de 300 artículos científicos después de su cumpleaños 60.

Pero si de longevos creadores se trata, nadie en el mundo puede competir con el centenario Leopold Vietoris, un matemático austriaco muerto recientemente a los 111 años de edad, que publicó un difícil artículo sobre una famosa conjetura acerca de las series trigonométricas, Uber das Vorzeichen gewisser trigonometrischer Summen, ¡a la venerable edad de 103 años!

Cuántas grandes obras maestras jamás habrían visto la luz, si mentes como estas hubieran sido condenadas a vegetar fruto de ideas desafortunadas y erróneas sobre la vejez, justo a la edad en que recién empezaban a dar lo mejor de su genio creativo.

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