Empezamos a ser mercenarios muy de niños, cuando bailamos o cantamos o hablamos ante los mayores a cambio de una torta de chocolate, y desde entonces no lo dejamos de ser. Fuimos mercenarios al dar una lección o llenar una hoja de examen a cambio de una nota, y fuimos mercenarios cuando en un oscuro rincón de la escuela le dimos las respuestas de un parcial a un compañero del salón de clases a cambio de unos pesos. Fuimos mercenarios a los cinco, a los 10 y a los 15 años, y ya jamás dejamos de serlo, aunque les pusiéramos a nuestros actos otros nombres, como graduación, negocio, futuro, inteligencia, astucia.
Con los años, seguimos colgándole nombres al mismo hecho, y con esos nombres nos justificamos, porque jamás iba a ser bien visto alardear de nuestro mercenarismo. Yo trabajo por un salario, decíamos. Esto es un contrato, gritábamos. El agua y la luz y el arriendo no se pagan con ganas y letras bonitas, les respondíamos a quienes nos hablaban de ideales. Y así nos fuimos amoldando, y así nos fuimos engañando, y lo peor de todo, así nos fuimos convirtiendo en unos seres que iban por la vida pidiendo siempre algo a cambio, sufriendo horarios, escritorios, imposiciones, marcando tarjetas y gastando nuestra única vida por un sueldo.
Nos volvimos mercenarios, y nos inundamos de mercenarismo, hasta el punto de tasar la supuesta felicidad por cantidad de monedas, y el amor por futuras monedas en compañía. Al trabajo lo ensuciamos con un precio, como decía una canción, y los momentos felices los medimos por lo que nos costaron. Respetamos a alguien por su vestido, su carro, su barrio y sus joyas, y por el poder del dinero construimos infinitas relaciones verticales en las que nosotros, aunque no lo queramos aceptar, estamos casi en el último lugar, o en el último lugar. Como mercenarios pensamos, actuamos y sentimos. Como mercenarios nos aprobamos, nos planeamos y nos proyectamos. Como mercenarios, acabamos inmersos en un remolino que nos va tragando, rodeados de nuestras monedas y pertenencias y de otros millones de mercenarios, y entre mercenarios, así estemos muriendo, nos tememos, nos escupimos, nos odiamos y matamos, pues el otro, los otros, son ante todo rivales. Siempre rivales.