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Metáfora excremental del amor, por el sexólogo Martín Tournier

“Cagar no siempre fue un asunto tabú. De hecho, hay comunidades premodernas para las que defecar era un procedimiento público”…

Martín Tournier
27 de septiembre de 2014 - 03:42 p. m.

 Hay conversaciones que nos marcan. Diálogos inesperados que sostenemos con personas desconocidas, y que terminan dejando marcas en nuestra conciencia de profundas e inexorables implicaciones. Muchas de estas conversaciones llegan de repente, sin que uno las pida, y nos toma un buen tiempo procesarlas para poder descubrir por qué demonios puso Dios a esta persona en mi camino.

Hace algunos meses, una vieja amiga llevó a la casa a un compañero de su oficina. Nos tomamos unos whiskeys, apuramos un porro, y a las tres de la mañana me encontré conversando con este hombre como si nos hubiéramos conocido de toda la vida.

Entonces, sin que a hoy pueda entender cómo llegamos a ese punto de intimidad, vino su sencilla y perturbadora confesión:

-¿Sabes? Tengo la costumbre de tomarle fotos a mis excrementos cuando en mi vida ocurren eventos memorables.
-¿Qué?
-Sí. Me explico: sea un triunfo académico, la terminación de un noviazgo, un acontecimiento triste, suelo sacar el celular y capturar una imagen del inodoro.
-Me estás jodiendo…
-No. En el computador tengo un archivo con estas imágenes. Es una suerte de diario íntimo, el popó nunca es igual, siempre refleja un estado de cosas en tu interior. En cierta medida, creo que si te fijas hay en él cierta belleza.
-Me estás jodiendo, en serio.
-Que no. Piénsalo, hombre. Cagar no siempre fue un asunto tabú. De hecho, hay comunidades premodernas para las que defecar era un procedimiento público. Es una metáfora potente: cuando reconoces aquello de lo que te avergüenzas, en cierto sentido vives una vida integral.

A esas alturas, mi cabeza estaba llena de imágenes que yo no había solicitado. Decenas de inodoros con bollos de mierda de colores, formas y contexturas diversas. Y lo peor: se trataba de la proyección de los excrementos de un desconocido. No imaginaba que el diálogo podría volverse aún más extraño. Hasta que mi nuevo amigo añadió:

-Lo que me frustra es mi novia. Hace un tiempo llevamos una relación a distancia, y ella se niega a enviarme fotos de su popó. Le he dicho lo mucho que significa esto para mí, pero ella no se siente cómoda…
-Qué rara ella…
-Claro que hace poco me escribió. Me dijo que un día, mientras cagaba, había pensado en mí.
-¿Sabes cómo se llama eso?- le pregunté.
-¿Cómo?
-Querer conectar, por encima de lo extraño que resultes para el otro. Eso se llama amor, hermano, puro y magnífico amor.

Por Martín Tournier

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