Mi amigo que se fue

Enrique Aparicio
20 de septiembre de 2015 - 04:49 a. m.

Desde pequeño tuve muchos perros, pero Skippy fue y será el último.

El problema es bastante grave: se volvió miembro de la familia, referencia, dirección y ecuanimidad. Intuitivo, sin control, con personalidad propia, Skippy dejó el sentimiento de lo mucho que un ser humano no debe olvidar: la importancia de vivir.

Pero vayamos a lo histórico, a las anécdotas: no era un animal común y corriente. Sangriligero, sin ataduras. Labrador con demasiada personalidad, aquellos que no obedecen y en consecuencia hacen lo que se les da la gana.

Un día estábamos en un bosque, cerca de mi casa, un sitio donde todavía se da cita gente bien puesta y engalanada, llamado por mí “la Casita del Bosque”(ver YouTube). Con mi hija, en ese momento de unos 7 u 8 años, decidimos pasear en compañía de Skippy. Orgullosos de nuestro labrador. Todo bien hasta que el bendito perro decidió levantar la pata derecha y dirigir el chorro a la pierna de un señor elegantísimo que para sorpresa de todos, a nuestro perro le pareció un sitio apropiado para marcar territorio o lo que sea. Mi hija al ver la situación vino corriendo y me dijo al oído: “Oye papi, Skippy se hizo pipí en el señor que está al frente”.

La distancia la calculé en unos 15 metros. El tipo miraba perplejo la humedad en su zapato, media y parte del pantalón.

En consecuencia, a partir del momento Mariana no conocía al perro y al dueño menos. Tomó prudente distancia para no quedar involucrada en el grupo, insinuando que era bueno que yo fuera a ponerle la cara al del zapato mojado. Todo se resolvió en forma impecable. Skippy regresó contento después de descargar todo lo que tenía en la vejiga. Yo decidí hacerme el de la vista flaca. Eso sí comencé a pegarle una vaciada de padre y señor mío mientras nos alejábamos. En la lejanía veía al tipo que no caía de su asombro y, obvio, no sabía que hacer: si quitarse el zapato, secarse con algo o salir corriendo a su casa y de paso armarme una bronca enorme por la falta de educación del perro.

-A ver Skippy, ¿desde cuándo se te ocurre que marcar territorio es hacerse pipí en el zapato de un señor? Cuente. Carajo, ¿no ve que me mete en líos? Con tanta regulación aquí, vamos a quedar con la etiqueta de ahí viene la familia con el perro que…

Bajó la cabeza mientras yo exaltado le explicaba que había reglas de urbanidad.

-¿De dónde sacó esa idea, dios mío, donde la aprendió? ¿O es que me ha visto a mí hacerme pipí en los zapatos de alguien?

Una vez pasado el susto y furia del discurso, que al perro le entró por una oreja y le salió por la otra rapidito, seguimos a la casa como si nada hubiera pasado.

Pero ser miembro importante de familia implica hablar de momentos casi indiscretos. Skippy roncaba como yo. Veamos el escenario: el perro deambulaba por toda la casa durante la noche y cuando llegaba el momento de dormirse se acercaba al lado de mi cama y empezaba a roncar. A los roncadores hay que moverlos para que cambien el ritmo. No sé cuántas veces me levanté para explicarle que: BASTA, ganaste el concurso, pero ni un ronquido más. Parecíamos en una competencia, en donde Skippy me llevaba de calle como dicen los mexicanos.

Nunca aprendió a ladrar. Cuando quería salir al jardín se paraba en la puerta que daba afuera y para entrar se instalaba como una momia en un ventanal hasta que alguien lo veía y le abría la puerta.

Tenía sus preferencias. Odiaba el olor a cigarrillo. Los puentes con barrotes en el piso le daban pavor desde chiquito. Hacíamos buen equipo cuando me iba a escribir y trabajar en la Casita del Bosque: un antiguo dueño, muy amable, cada vez que llegaba me ofrecía un plato de salchicha cruda apetecida por mucho holandés. Como realmente yo no podía manejar el sabor o no me entraba, apenas Peter se daba la vuelta le pasaba la salchicha al perro, al que le gustaba tanto que ni siquiera la masticaba, seguramente aburrido del cereal lleno de minerales y de balance que se le daba en la casa. Peter concluyó que me gustaba mucho y cada vez que llegaba el plato era más grande, entonces se estableció el equipo Peter-salchicha- Aparicio–perro.

Skippy se murió hace varios años, un animal, un perro, que fue parte de la familia y, quizás, más leal que mucho familiar. Las caminadas por el bosque ya no fueron las mismas. Me faltaba, como seguramente habrá experimentado algún lector eventual que ha tenido perro, la compañía de un amigo, de alguien que siempre estaba conmigo con razón o sin razón.

El YouTube muestra, entre otras cosas, la Casita del Bosque, que hoy todavía existe:

https://youtu.be/DfPZd4Wj7vM

Que tenga un domingo amable.

Enrique Aparicio Smith - septiembre, 2015

 

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