Mi encuentro con el papá de Clemencia Vargas

Don Popo
06 de septiembre de 2017 - 03:00 a. m.

Hay mucho ruido por estos días. No dejan pensar. Adulaciones, mentiras, calumnias y engaños, agua sucia que viene y va por un capital electoral inescrupulosamente...

Ruido por la llegada del papa, Santos quemando su último cartucho; Uribe, Venezuela y su castrochavismo; las Farc, nuevo partido, el concierto, René Higuita, para verse light; y la bulla que se armó porque Vargas Lleras inició campaña por firmas: que se avergüenza de su partido, que es déspota, que el coscorrón…

Es una falta de respeto con nosotros. Nos subestiman de estúpidos con el cuento de que el electorado no vota por razón sino por pasión. Están abusando de la manipulación emocional. Los temas de Vargas Lleras son pendejadas. Por ejemplo, yo soy amigo de su hija y...

“Si es verdad que los hijos son el reflejo de los padres, ¡no puede ser cierto todo lo malo que dicen de Vargas!”, increpó Vago Villa, líder del movimiento hip-hop.

Y es cierto. Clemencia Vargas, hija de Vargas Lleras, es una más de nosotros: hip-hopper, de tenis, sudadera, a medio peinar, sin maquillaje, metida en los barrios de Cali, Buenaventura, Cartagena, Bogotá, Soacha, trabajando de tú a tú con los niños, con optimismo y esperanza. ¿De tal palo...?

La primera vez que encontré a Vargas Lleras fue en el cierre de un proyecto de Cleme en Agua Blanca. Me llamó la atención que, en el corazón de todas las capas de seguridad, Ejército, Policía, escoltas, no encontré al vicepresidente (que era en ese entonces), sino a un papá que miraba tiernamente y escuchaba atento a su hija que se excusaba para no irse con él, porque nos íbamos de rumba. Con voz cálida asintió, y negociaron otro día, sin reservas por mi presencia. Se despidieron de beso en la frente y fraternalmente me tocó el hombro...

La segunda vez fue hace poco, en un espacio familiar, una reunión de amigos. “Llegó mi papá”, exclamó Clemencia. Agudicé mis sentidos, quería corroborar mi primera impresión. Lo vi entrar por la puerta con una chaqueta rapera, de cuero negro, como las de Dr. Dre, camisa y pantalón del mismo color; nos saludó jocosamente. Sacó un cigarrillo de vapor y empezó a fumar. Me preguntó por mis actividades culturales de manera interesada; yo, reservado. Igualmente sostuvo una pequeña conversación con cada uno en la sala. Yo lo observaba sigilosamente. En un momento lo noté muy afectado, colorado, con un nudo en la garganta, haciendo esfuerzos por no llorar en público, después de preguntar a uno de los asistentes por su papá…

Un papá, sensible, amoroso, amistoso y respetuoso, un ser humano común y corriente, les conté a mis cercanos después... “Este no es el ‘coscorronero’ que pintan los medios”, les dije...

Estamos ante un momento de cambio, trascendental para el país. Eso exige más responsabilidad. Los electores necesitamos debates objetivos, sin amarillismos ni manipulaciones emocionales, con reflexiones y argumentos profundos para la construcción del país, más que para la destrucción de personas. Debates sobre oportunidades para los millennials, artistas, deportistas alternativos, los emprendedores innovadores y trabajadores comunitarios sobre el modelo de desarrollo. ¿Es sostenible, responsable social, medioambiental y económicamente? ¿Es garante de la pervivencia de las comunidades negras e indígenas y del proceso de paz?

No necesitamos más odio, miedo o enceguecimiento. ¡Ojalá que la venida de Bergoglio nos exorcice a todos en Colombia y reconozcamos que desde nuestras diferencias étnicas, sociales y económicas, y nuestras contradicciones políticas, podemos construir un mejor país donde todos quepamos!

 

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