Migma, sherpa de altura

Juan Pablo Ruiz Soto
12 de mayo de 2010 - 03:54 a. m.

En toda expedición a las grandes montañas del Himalaya, el pueblo Sherpa es un actor fundamental y permanente, que acompaña a expedicionarios y caminantes.

Durante la Expedición Epopeya Everest sin Límites 2010, nos hemos reencontrado con varios sherpas que habíamos conocido previamente. Palde y Shulding colaboraron con nosotros en Everest 1997, el primero como cocinero principal, y el segundo como el más fuerte de los sherpas de altura. Ahora, ambos guían una expedición chilena al Island Peak. También reencontramos a Nauwan, que acompañó a Mónica Bernal hasta la cumbre del Everest, en 2007. Ahora Nauwan trabaja con Asian Trekking y apoya una expedición de la India. En Gora Shep volvimos a ver a Pemba, quien fuera nuestro cocinero en el Cho Oyu 1999, y que ahora es propietario de un hostal. Finalmente, en el Campo Base, encontramos a Apa Sherpa, quien posee el récord mundial de ascensos al Everest, con 19 cumbres.

El reencuentro más significativo ha sido con Migma Yanshi Sherpa, a quien conocimos en 1999, cuando era la shirdar o jefe del grupo Sherpa que apoyaba una expedición femenina norteamericana al Cho Oyu. Migma es una sherpa muy interesante. Nació en Solo Kumbu hace 44 años, y formó parte de la primera expedición femenina nepalí al Everest, en 2000, cuando un grupo de 5 mujeres escaló hacia la cumbre y una de ellas la alcanzó. Migma, quien fue jefe alterna de la expedición, y quizá la más fuerte de todas, decidió no regresar al Campamento 3 (C3), a 7.100 metros, pues allí tuvo un sueño que interpretó como un mal augurio, uno que de alguna manera le habían anunciado en Tengbuche. Cuando pasaron por el lamasterio para pedir que oraran por ellas, un monje le dijo que sería mejor posponer la expedición un mes, lo cual era imposible pues la expedición ya estaba en marcha, y en Katmandú incluso las habían despedido el rey y el primer ministro. Sin embargo, en un sueño en el C3, Migma vio colores rojos, lo que según la tradición significaba un posible desastre para ella o para alguien de su familia, y decidió devolverse sin intentar llegar a la cumbre.

Migma a los 15 años se volvió porteadora; es decir, acarreaba cargas de 30 kilos sobre sus espaldas, en jornadas de 6 a 10 horas. Luego se inició como ayudante de cocina, y con el tiempo se convirtió en cocinera jefe de algunas expediciones. A los 18 años se casó con un sherpa que guiaba expediciones, y, con él, acompañó a varios grupos. Al año siguiente, nació el primero de sus dos hijos. Luego estableció un pequeño hostal hasta que en 1993 se divorció de su esposo y regresó como cocinera jefe para apoyar expediciones a diversas montañas, incluido el Everest. Entre 1994 y 1999 arrendó un hostal en Tengbuche y en 1999 fue con un grupo de mujeres norteamericanas al Cho Oyu, donde la conocimos. En 2000 fue seleccionada para la expedición femenina y siempre sobresalió por su fortaleza, hasta que el sueño la devolvió de su intento.

Desde aquel entonces administra un hostal que tiene alquilado en Dingbuche, y alterna con el apoyo a algunas expediciones de grupos femeninos por las tierras sherpas del Kumbu. Su propósito es demostrar que hombres y mujeres tienen la misma capacidad tanto en los negocios como para ascender montañas. La sociedad sherpa no es muy machista y genera espacios para el desarrollo de las mujeres. Tiene algunas ventajas para los hombres, en la asignación de herencias, pero no en la distribución de los diversos trabajos. A pesar de su trayectoria y posición social Migma tiene que viajar a Francia, donde trabaja en un restaurante como cocinera, para complementar sus ingresos. Su hija trabaja de enfermera en Inglaterra y su hijo tiene trabajos esporádicos en Katmandú y a veces viene a Dingbuche a apoyarla en su negocio. La vida de esta familia, y la de muchos otros sherpas, tiene una estrecha relación con las montañas y los extranjeros. La virtud es que a pesar del estrecho intercambio con culturas foráneas, el pueblo Sherpa sigue teniendo una fuerte cultura propia, que puede ofrecer mucho a quienes lo visitan. Ahora que Colombia adquiere importancia como destino turístico internacional, es importante afirmarnos culturalmente y que el intercambio no signifique la pérdida de nuestros valores y tradiciones.

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