Mírenla a ella

Sorayda Peguero Isaac
24 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Uno es de donde hace el bachillerato. Eso decía el escritor Max Aub, que es ahí donde uno empieza a ser consciente del mundo, de los sentidos, del amor. Mientras cursaba el bachillerato descubrí, al mismo tiempo, mi pasión por las palabras y una forma de maldad que hasta entonces no sabía que existía: el acoso escolar. Alguien que se sentía superior, o eso parecía, decidió que yo tenía potencial de víctima. Lo demás es historia. Burlas, impotencia, repetición, hartazgo, silencio. Nada nuevo bajo el sol de los mortales.

Nunca antes había escuchado tantas referencias al acoso escolar como en estos días. Thirteen Reasons Why (Por trece razones), la popular y comentada serie de Netflix basada en la novela del estadounidense Jay Asher, ha tenido mucho que ver. La serie gira alrededor de Hannah Baker (Katherine Langford), una adolescente que se quita la vida y que deja 13 cintas de cassette en las que explica sus motivos. Las cintas involucran a 13 personas en una cadena de sucesos que provocaron que Hannah Baker sufriera una profunda depresión. El modo en que Baker es tratada por algunos de sus compañeros de escuela es indecente. A lo largo de los 13 capítulos de la serie no dejaba de preguntarme si algo así es realmente posible, si alguien puede llegar a vivir semejante pesadilla sin que nadie levante una ceja.

Y me acuerdo de El problema con el que todos convivimos, la pintura de Norman Rockwell que inmortalizó el día en que Ruby Bridges —seis años, el pelo recogido en trenzas, vestido y zapatos blancos, escoltada por cuatro agentes federales— se convertía en la primera niña negra que entraba a una escuela para blancos en Estados Unidos. “Hoy vas a una nueva escuela, tienes que portarte bien. No tengas miedo. Puede haber algunas personas molestas afuera, pero yo voy a estar contigo”, le dijo su madre antes de salir al caos. Más de 150 personas se congregaron aquel día de 1960 en la puerta de la escuela William Franz, “honorables” amas de casa y adolescentes que les arrojaban cosas, que alzaban sus pancartas pintadas con insultos, que les gritaban como fieras babeantes: ¡No queremos una negra!

El acoso entre estudiantes no es un inocente juego de niños. Una forma de violencia que daña física y psicológicamente, que puede acarrear graves consecuencias, y que a menudo sucede con la complicidad de todos los que escuchan, ven y callan, no es un mal menor. Las víctimas de acoso escolar se hacen siempre la misma pregunta: ¿Por qué a mí? ¿Es por mi color de piel, por mi peso, por mis grandes gafas, por mi tartamudez, por mi pelo? A solas, cuando el sinsentido de lo que estás viviendo te quiebra por dentro, quisieras saber qué ronda la cabeza del acosador, por qué te eligió, de dónde proviene su acuciante necesidad de hacerte daño, qué la provoca. Pero uno no sabe. Uno no entiende nada.

Y otra vez me acuerdo de la pequeña Ruby pintada al óleo por Norman Rockwell. La escuela era una zona de desastre. Parecía que todo el odio de la Tierra se desparramaba a su alrededor, y a pesar de todo, mírenla. Tómense su tiempo. Fíjense en la palabra nigger (negro) y en las iniciales del Ku Klux Klan escritas en la pared manchada con pulpa de tomate. Vean a los cuatro agentes federales con sus bandas amarillas y sus placas de reglamento. Después concéntrense en ella. Mírenla como si fuera una rosa, hasta pulverizarse los ojos, como decía Pizarnik. Mírenla a ella, desafiante, con su porte digno, la mirada al frente y la actitud resuelta, con su amor propio. Nadie puede con eso. Nadie.

Norman Rockwell, "El problema con el que todos convivimos", 1963. Óleo sobre lienzo. 91,4 x 147,3 cm.
Ilustración para "Look", 14 de enero de 1964. Norman Rockwell Museum.

sorayda.peguero@gmail.com

 

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