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Modelo de pulcritud

Gustavo Páez Escobar
02 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

Es la antítesis de los políticos corruptos e ineptos que hacen de la vida pública un medio para enriquecerse, cambiar de piel como los camaleones, pervertir la moral y desentenderse del servicio social.

Hace tres años fue elegido presidente de los uruguayos. Fue la suya una lucha constante y sufrida que inició medio siglo atrás, marcada por su oposición a los gobiernos de facto y por su defensa de los pobres, actitud que le valió 15 años de prisión, hasta obtener en 1985, con el retorno a la democracia, la amnistía por los delitos políticos que se imputaban a los líderes rebeldes.

Ocupó las posiciones de diputado, senador y ministro. Para acceder a ellas fue primordial su militancia en movimientos políticos que buscaban la libertad, la que se vio quebrantada por casi 12 años de dictadura, durante los cuales surgió la matrícula guerrillera que lo llevó a la clandestinidad y luego a la cárcel.

Nunca dejó de ser hombre de campo. Lo es hoy, a pesar de su ejercicio presidencial. Es descendiente de españoles que se establecieron en Uruguay hacia 1840 y se dedicaron al cultivo de viñas. Adelantó sus estudios primarios y secundarios en organismos públicos y se inició en la carrera de abogado, que abandonó al poco tiempo.

El periódico ABC de Madrid publicó en estos días un artículo en el que destaca su condición humana dotada de sencillez y humildad, que ha sido su nota característica de siempre, y que ni siquiera la ha debilitado la presidencia de su país. Y lo sitúa en la chacra que adquirió hace mucho tiempo en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, a donde se desplaza con frecuencia a departir con los vecinos en forma llana. Es un enamorado de su terruño, que comparte con su esposa, la senadora Lucía Topolansky, y una perrita sin raza llamada Manuela. Ellos constituyen el trío perfecto de la felicidad.

José Mujica mantiene bajo control las tentaciones y abusos del poder. Se jacta en proclamar que es hombre pobre y sin capital. Escrituró la chacra a su esposa, y su único patrimonio es un viejo automóvil VW Fusca avaluado en 1.945 dólares. El carro oficial que utiliza es un sencillo Chevrolet Corsa, que no permite que le sea cambiado, pues no necesita nada superior. Su único afán es servirle a su pueblo.

Del salario de 12.500 dólares que tiene asignado como presidente, solo toma el 10 por ciento, y el resto (11.250 dólares) lo aporta a fondos de bienestar social. Dice que ese dinero es suficiente para vivir con dignidad, y “me tiene que alcanzar porque hay otros uruguayos que viven con menos”. Propone que los expresidentes otorguen para la misma finalidad parte de sus cuantiosas pensiones. Desde luego, ellos –y la cofradía de presidentes de Latinoamérica y del mundo– se harán de oídos sordos a semejante pretensión. También su esposa cede para causas sociales parte de sus ingresos como senadora.

“Yo no soy pobre –afirma–, pobres son los que creen que yo soy pobre. Esa es la verdadera libertad, la austeridad, el consumir poco. La casa pequeña, para dedicar el tiempo a lo que verdaderamente disfruto. Y si tengo muchas cosas me tengo que dedicar a cuidarlas para que no me las lleven. No, con tres piecitas me alcanza. Les pasamos la escoba entre la vieja y yo, y ya, se acabó. Entonces sí tenemos tiempo para lo que realmente nos entusiasma. No somos pobres”.

Este es José Mujica, un hombre elemental, bonachón y feliz, auténtico líder de su comunidad que a los 77 años no desea otra cosa que terminar su período y regresar a Rincón del Cerro, desde donde les da ejemplo de probidad y grandeza a los mandatarios del mundo.

escritor@gustavopaezescobar.com

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