Monólogos de partida

Juan David Correa Ulloa
01 de noviembre de 2012 - 09:09 p. m.

Si la enfermedad es un disparo por la espalda, como piensa Elena, una de las tres voces que componen Hablar solos, la más reciente novela del escritor argentino Andrés Neuman, entonces parece que nuestra condición humana es la ignorancia. Nadie cree que va a morir, pero quien acompaña al enfermo, entra en contacto con la finitud irremediable de la vida, y se pregunta por cómo sobrellevar la pérdida.

 Esta es una novela honesta, muy bien escrita, impecablemente pensada. Su autor ya no es un desconocido para las lectores pues ha tejido a través de novelas, cuentos, y poemarios una geografía personal admirable.

Hablar solos está conformada por tres voces: Elena, la esposa, Lito, el hijo de diez años, y Mario, el padre enfermo. Mario piensa un buen día que antes de morir quiere llevar a su hijo a un viaje por carretera. Y Elena, sabiendo que sus fuerzas no le alcanzan, se lo permite solo para intentar comprender de qué está hecha su ausencia. Son capítulos relativamente cortos, donde Neuman ha logrado definir a sus personajes con claridad a pesar del reto de que los tres hablen en primera persona. La voz de Elena es, acaso, la mejor de las tres, pero ninguna es falsa o inverosímil. El monólogo de Elena es el de una mujer lectora, encerrada en su propia circunstancia, que comprende que el deseo de ser alguien distinto va a concretarse por causa de la muerte de Mario. Y en bellas páginas nos muestra la sutileza y la brutalidad de sus reflexiones: la infidelidad en una circunstancia como la suya la hace culpable, pero la libera también de la aparente quietud de su matrimonio y del papel de cuidadora que ahora debe desempeñar. La voz de Lito, por su parte, nos cuenta el relato pormenorizado de su viaje por carreteras secundarias: su papel es el de un testigo al que todos quieren proteger, pero que sabe y entiende que está lidiando con el dolor, expresado de una manera muy interesante, ajustado a un tono y a una voz que lo hacen creíble y entrañable. Por último, la voz de Mario es la de alguien que ha dejado grabada una larga carta para Lito, como un testimonio de lo indecible de estar muriendo; es un grito, aunque no desesperado, que quiere atravesar la vida de su hijo para seguir repitiéndole todo lo que le hubiera gustado verlo crecer. Así, nada está de más; las voces de sus personajes nos recuerdan nuestra mortalidad, y hace que uno quiera aferrarse a las palabras de cada uno de ellos para que sigan vivos.

 

 

 

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