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Morenazis

Catalina Ruiz-Navarro
12 de junio de 2013 - 11:00 p. m.

Cuando en Colombia se habla de supuestos grupos neonazis sale a relucir el mismo chiste: que qué inconsecuentes esos mulatos racistas, que por qué tan igualados asumiendo una ideología ajena (y europea), que un supremacista racial colombiano tendría que ser necesariamente suicida.

Difícilmente la discusión avanza más allá de estos fáciles chascarrillos de tienda y se olvida que el problema no es que sean mestizos: acaso si fueran “blancos puros”, ¿estaría justificada su violencia? Si fueran descendientes directos de alemanes, ¿sí podrían usar las consignas del nazismo? “Skinheads en Berlín” dijo Felipe Zuleta en Blu Radio, “acá lo que son es unos rapados de mierda”. ¿Los de Berlín no son, también, unos “rapados de mierda”?

Ni siquiera estamos seguros de que la violencia de los “neonazis” tenga un propósito especialmente racista. Según El Espectador, hay nueve grupos de ideología fascista y dos grupos “simpatizantes”. También hay grupos de supuesta izquierda: los Rash, “con principios anarquistas y comunistas” (¿a la vez?), y los Sharp, “que se consideran a sí mismos apolíticos y antirracistas”, pero que también parecen adeptos al linchamiento casual. Un disidente de Tercera Fuerza dijo a El Espectador que sus objetivos o enemigos eran la Juco, los punkeros, los homosexuales y transexuales; es decir: les dan en la jeta a todos sin distingo de raza, el único criterio es que su look se aleje del modelo del “nuevo ciudadano colombiano” que con tanto empeño promueve el procurador.

Lo que vemos es una recopilación de discursos fragmentados, unidos a las patadas —literal y figurativamente— por personas que tienen afinidad por los modelos de exclusión. La fuerza en el sesgo de raza parece impuesta por la opinión pública, develando un racismo solapado, que hace que veamos lo ilegítimo de sus actos no en que estén atacando gente sino en que sean mestizos. Más preocupante todavía es que, al parecer, algunos de estos grupos han tenido entrenamiento militar con acompañamiento de miembros de la Fuerza Pública (los de la UNSC lo publicaron, orgullosos, en Facebook).

El problema real es que una cantidad considerable de ciudadanos recurren a modelos sociales basados en la violencia, la intolerancia y un lenguaje de exclusión. ¿Qué ciudadanos son esos? “Ah, los cabezas rapadas”, me dirán. Pero no. La población colombiana que teme al otro y recurre a la violencia y la intolerancia es muchísima. En la vida cotidiana escuchamos comentarios atroces en contra de los venezolanos (que son “hasta peores que los costeños”), los peruanos y sus “carritos sangucheros”, pero no decimos lo mismo de los argentinos, blanquitos y ojiazules, que, en cambio, nos parecen “creídos”.

Detrás de todo esto está lo que históricamente se ha llamado “blanqueamiento”; parte de un proyecto político que, aunque ya no es oficial, ha calado hondo culturalmente y que, convenientemente, mantiene a las mismas familias en el poder desde el siglo XVIII (entre otras cosas, porque nos lleva al autorrechazo). El racismo es la manifestación obvia, pero se muestra en la intolerancia a todo lo que no corresponda con el modelo del “hombre de bien”: blanco, heterosexual, católico y encorbatado. No son sólo los cabezas rapadas los que no toleran lo diferente, es la Fuerza Pública que ayuda a entrenarlos, también la policía que les dispara sin mirar a los grafiteros, es el presidente que dice que “no quiere ver ningún indio” en las bases militares y es Bogotá, que se retuerce bajo el mando de un alcalde exguerrillero. No hay que pegarle a nadie para ser un morenazi.

Pata: me estreno como editora general de Las2orillas.co, un proyecto de periodismo independiente, ciudadano y regional, dirigido por María Elvira Bonilla.

@catalinapordios

 

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