A las siete de la noche, cuando nada parece ser nada, cuando ya no voy tarde a ninguna parte y no sé qué hacer con tanto tiempo libre, me recostaré contra un muro, encenderé un cigarrillo, y con las cenizas que vayan cayendo iré imaginando la muerte que va llegando, y con esa muerte iré concluyendo que ni siquiera habrá muerte cuando muera. Recordaré cuántas veces mataron a Allende después de matarlo, e imaginaré a los periodistas del sistema, del régimen, recorriendo su casa con cámaras, diciendo y mostrando que tenía 20 o 30 pares de zapatos para robarle su credibilidad, para atracar su imagen, para destrozar por siempre su legado. Recordaré el golpe, o las fotos del golpe, y a los poderosos mintiendo, y a la prensa difamando, y de pronto me encontraré cantando una vieja canción de aquellos tiempos, “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí, resucitando”.
A las siete y diez de la noche moriré un poco más que a las seis, y moriré todavía más cuando piense que, aún después de muerto, la gente seguirá hablando de mí, sobre todo los cobardes. Dirán que fui mentiroso o soberbio, que era un iluso y me la pasaba en una franja lunática de colores. Se irán dando cuerda unos con otros. Los cobardes de antes, los pusilánimes y resentidos, con los aguas tibias y aquellos que quieren quedar bien con todo el mundo, que vienen siendo lo mismo. Inventarán, si es que les queda algo de imaginación, y harán trizas los pocos textos que escribí, amparados en los manuales, los viejos manuales, que son su seguridad, su razón de vivir y su conveniencia. A las siete y treinta encenderé otro cigarrillo, y entre las volutas de humo, o con las volutas de humo, intentaré escribir la letra de algún antiguo poema, “Pero los muertos están en cautiverio, y no nos dejan salir del cementerio”.
A las ocho de la noche ya todo estará oscuro. Yo seguiré en el mismo muro, como en trance y en tránsito, yendo a cualquier parte y convirtiéndome a cada segundo en algo distinto.
Ni siquiera la muerte acabará con el proceso. Seré hueso, y luego polvo, y después partícula, y piedra y parte de un camino. Siempre tránsito, nunca final.