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Narconovelas, de héroes y sus travesías

Columnista invitado EE
02 de abril de 2013 - 08:15 a. m.

Ahora, como si fuera poco, se nos anuncia que vienen en lista de producción la vida de Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, y la de los otros hermanos que nos faltaban en la honrosa lista, los Rodríguez Orejuela.

"—Cuando uno ve balaceras y todo, uno siente tanta emoción, que se quiere meter allá… —Desde el principio uno siente que es el bueno, el que tiene las de ganar…
—Yo siento mucha energía cuando dispara…"
"—Uno dice: ¡Ay tan bacano ese man!, vea cómo tiene de plata y nunca lo cogen…”

Frases como éstas, se escuchan en un vídeo documental hecho en Manrique, Medellín, por el grupo de investigación Etnológica. Lo problemático no es que sea un análisis más de lo que han llamado los académicos, la influencia de las Narconovelas. Lo que remueve y asombra es que estas afirmaciones sean dichas por niños que no alcanzan los doce años. Más triste aún, es que ellos hablan con tal propiedad de los calibres, las marcas de las armas y de los sueños que tejen en sus mentes a través de estas representaciones, que es necesario y apremiante hacer un alto y mirarnos muy hacia adentro, hasta las entrañas mismas, de lo que podría suscitar en un tiempo, para nada corto, la influencia de seriados y telenovelas que se propagan en nuestra televisión tan endémicamente, como la violencia misma, que se pone en escena.

Lo que ha propiciado actualmente una serie de manifestaciones es la creación, realización y emisión en la ficción televisiva Tres Caínes, sin importar a cuál canal le pertenece, porque con exactos fines comerciales, llevamos demasiado tiempo queriendo exhortar nuestras culpas a través de ficciones de igual corte, estilo, y realización, como fue el caso de Pablo Escobar y El Capo. Pero ahora, como si fuera poco, se nos anuncia que no nos desesperemos, porque vienen en lista de producción, la vida de Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, y la de los otros hermanos que nos faltaban en la honrosa lista, los Rodríguez Orejuela.

He tenido la posibilidad, y si se quiere, la oportunidad, de participar en las dos instancias en conflicto, que son la realización y la academia, por ello considero apremiante revisar el porqué, como se lee en comentarios de redes sociales, necesitamos rasgarnos las vestiduras, y propiciar un espacio para discutir sobre los contenidos llevados a la ficción, por la serie sobre la vida, obra, penurias y maldiciones de los hermanos Castaño.

De un lado de la contienda se encuentran periodistas y catedráticos como Juan Diego Restrepo, María Victoria Uribe, Omar Rincón, y grupos como la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (ASFADDES). Al otro costado está la industria, representada por el creador y guionista, Gustavo Bolívar, y Fernando Gaitán, quien representa la gerencia creativa del canal que emite la serie.

Tanto en una instancia como en la otra, los apoyos y rechazos se han ido intensificando, a tal punto que se consideran logros el hecho de que se hayan retirado varias pautas comerciales del programa. Desde el canal que emite la serie, y haciéndonos creer que es su gran manifestación o respuesta, se ha dicho que estos personajes recibirán más adelante su merecido. El merecido y el fin de los personajes todos lo sabemos, porque sería imposible que no estuviéramos enterados del desenlace de los hermanos Castaño, y del que todavía tenemos, seguramente, bastantes dudas.

En este momento la pugna de intereses ha llevado a una tarea forzosa para que se retire la emisión del aire. A raíz de ello, se han hecho presentes las críticas en redes sociales, prensa, radio, televisión, y manifestaciones de los actores que han pedido excusas públicas, como es el caso de Julián Edgardo Román, al que no podríamos discutirle sobre su impecable histrionismo en la representación de Carlos Castaño. Y quien ha sido amenazado, para reconfirmar el hecho de esa delgada línea que nos separa de la ficción y la realidad.

Pero si hilamos muy fino, lo que no puede desmembrarse es la necesidad a priori de un productor de televisión, que a toda costa necesita vender sus productos y cubrir las cuotas que representan una súper producción de este calibre, donde seguimos intentando jugar a los policías y los ladrones de las series estadounidenses, sin alcanzarlo, y lo más complicado, sin tener en cuenta el dolor que puede causarse a una madre, un padre, un hermano, que aún no ha podido reconocer aunque sea un trozo de la camisa con la que salió su hijo el día que desapareció, sin dejar un solo rastro.

Desde la creación y realización de ficción en televisión, lo que prima es el rating que puede generar, y de allí la gran cadena de ganancias que represente, aunque desde el primer momento se discuta en mesas de trabajo y se ponga de manifiesto la inmensa importancia que tienen las historias que se cuentan en la televisión, y la apropiación que hace de ellas el televidente.

Finalmente, en la gran mayoría de las ocasiones, el resultado de los estudios a lo que llega es a la comprobación de que estas historias, aunque hayan sido concebidas y exhibidas como una ficción, se convierten en ejes de la vida diaria, en el lugar y momento para reflexionar, comentar, y hacer de los héroes protagónicos en su travesía, un miembro más en casa, como si hiciera parte de la familia, a veces cercana, o a veces lejana.
Miles de anécdotas se escuchan en los pasillos de estudios, acerca de una mujer que en un supermercado encuentra al “perverso” de la telenovela de la noche, y que no ha escapado de pegarle al actor, o insultarlo, si es que él ha corrido con buena suerte. Por eso es innecesario comparar la exhibición de una historia como ésta, con las películas que se han hecho de la primera o segunda guerra mundial, cuando en lo que llevamos de emisión, la narrativa se asume desde la mirada de los hermanos Castaño, como héroes protagónicos de la historia.

Si quisiera hacerse un parangón, del que tampoco podría salir librada esta producción, habría que pensar en otras visiones de las guerras hechas con gran inteligencia y crítica, y donde en ningún momento se duda de quién es el que está errado o no en el asunto, como es el caso de filmes como La Cinta Blanca de Michael Haneke, o Inglorious Basterds de Quentin Tarantino, por sólo nombrar historias recientes sobre violencia y guerras, con esa mordacidad y capacidad analítica y crítica de estos dos directores.

En esta ocasión se siguieron y acoplaron paso a paso las leyes de la dramaturgia clásica, para contar la historia de tres hombres, que recurriendo a la primigenia ley del Talión, emprendieron su venganza por un hecho familiar. Pero no satisfechos con los resultados de su personal afrenta, y sin ser nombrados por nadie, se hicieron líderes de una causa y una organización, que en su sed de autodefensa unida no sólo nos han poblado de sangre y dolor, sino que aún no hemos podido terminar de contabilizar ni los cuerpos, ni las familias, ni las tierras, ni las secuelas de su violencia. Por lo que se deduce, y ahora sí, sin necesidad de hilvanar muy fino, que aún no estamos en la capacidad ni intelectual ni creativa de reconstruir con la fidelidad y responsabilidad, que la historia misma lo exige, así haga parte de nuestro trozo de realidad.

 

 

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Adriana Villamizar Ceballos* Escritora y docente

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