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Negociaciones en Oslo

Hernán González Rodríguez
04 de septiembre de 2012 - 11:00 p. m.

A juzgar por el inocultable revés registrado en la popularidad del presidente Santos al concluir los dos primeros años de su mandato, la cual cayó del 70% al 48%, se convierte en anhelo nacional el que no se cumpla para el resto de su mandato la ley de la Inercia de la Historia, la cual sostiene que aquello que mal comienza, continúa y termina mal.

Ojalá resulte lo contrario, que lo que bien comience de ahora en adelante, continúe y termine bien. Pero…

Las revelaciones de la cadena venezolana Telesur, forzaron al presidente Santos a reconocer “que se han desarrollado conversaciones exploratorias con las Farc para buscar el fin del conflicto”. “Y lo que se haga en el futuro estará enmarcado en tres principios rectores: Primero, vamos a aprender de los errores del pasado para no repetirlo. Segundo, cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto, no a su prolongación. Tercero, se mantendrán las operaciones y la presencia militar sobre cada centímetro del territorio nacional”.

Tras casi 40 años de tratar de apaciguar las Farc, temo que el presidente Santos haya iniciado las conversaciones exploratorias con los mismos o con mayores errores que aquellos que trata de evitar. Deploro la presencia de garantes dictatoriales y simpatizantes de la guerrilla en el acuerdo, tales como Venezuela y Cuba o ajenos y lejanos como Noruega.

Los fracasos recientes del presidente Santos en sus reformas a la educación, la Justicia, la salud, en reparar la infraestructura y en mejorar la seguridad, no garantizan su éxito como director de las negociaciones. Tampoco merece confianza el equipo de negociadores colombianos por culpa de los desaciertos de algunos de ellos en el pasado. Dudo de las capacidades de estos para lograr un sometimiento de las Farc mediante: la desmovilización inmediata de los insurgentes con la entrega de sus armas; el abandono de todas sus fuentes de financiación como el narcotráfico, la extorsión y el secuestro; el fin de los atentados contra la infraestructura y que desistan de su afán de estatizar la economía.

Mientras convivan por acá la demanda externa, el narcotráfico y la miseria extrema, no esperemos que todas las cuadrillas de las Farc se avengan a cumplir cuanto firmen los “timochenkos”. Recordemos que en las negociaciones de paz del presidente Belisario Betancur firmaron los “tirofijos” de entonces casi todas las condiciones mencionadas en el párrafo anterior y no cumplieron ninguna de ellas.

Recordemos, así mismo, a las autodefensas que no se desmovilizaron y que luego retoñaron como las bacrim. Esto, también puede repetirse con algunos frentes de las Farc y del ELN. Conclusión: considero remota la finalización de un conflicto rodeado de nuevos errores, incertidumbres y narcotráfico.

Dudo de la presencia militar en cada centímetro del territorio nacional, por dos razones, la primera, porque el Ejército ya tiene las manos atadas por las injusticias de nuestra politizada Justicia, y la segunda, porque predominan en la mesa de negociaciones los partidarios de reducirle al Ejército en forma precipitada su presupuesto para debilitarlo.

Sucede que Santos sacó su llave cuando casi nadie comparte hoy su visión de que existen las circunstancias propicias para negociar, ¿subestima al enemigo? Si estuviera uno seguro de un sometimiento de las Farc a cambio solamente de alguna dosis de impunidad y de alguna participación en la política de los “timochenkos”, nada se perdería en probar. Pero el costo de una guerra puede ser mucho menor que el de un reordenamiento institucional inspirado por las Farc, reordenamiento, al parecer, ya aceptado por una minoría de ingenuos en Cuba. 

 

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