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Ni amable ni humano

Gonzalo Silva Rivas
11 de febrero de 2015 - 04:00 a. m.

Cuando un visitante aterriza en Bogotá lo primero que le hace poner los pies sobre la tierra es el caos en el transporte público y en la movilidad.

Se tropieza con un sistema deficiente, inseguro, lento y de difícil acceso. Termina envuelto -como sucede con quienes acá habitamos -dentro de un torbellino de dificultades, y resulta víctima de un anárquico, apático y pésimo servicio.

Basta observar a millares de turistas perplejos que abordan la estación de buses más cercana al aeropuerto o a la Terminal de Transportes, sin saber de qué manera proceder ni a quién acudir. O verlos literalmente en la luna, deambulando y confundidos entre las troncales, atrapados por los problemas de infraestructura, accesibilidad y facilidades, en los que el sistema acusa gran retraso.

La ausencia de información clara y útil en TransMilenio es absoluta. Falta mayor convivencia con las redes sociales. No existen folletos indicativos ni mapas de consulta. Las piezas gráficas de los módulos son incompletas y confusas. La nomenclatura de rutas carece de explicación lógica. Los avisos luminosos externos de los articulados anuncian de todo menos hacia dónde se dirigen. Los internos -que alertan sobre la cercanía de paraderos- no funcionan en toda la flota. Y, de contera, es común la equivocada información que sobre los itinerarios suministran los trabajadores de la empresa o de Misión Bogotá a los pasajeros.

A lo anterior, habría que añadirle los problemas de sobreoferta e inseguridad en los buses, las congestiones y la proliferación de vendedores ambulantes en las estaciones, el pésimo estado de la malla vial y los trancones vehiculares, la pérdida de cultura ciudadana, y el mismo pico y placa que también afecta a los vehículos de turismo. En la ciudad circulan más de 300 automóviles rentados preferencialmente por turistas, pero que por orden de la medida terminan parqueados dos o tres días a la semana, haciendo de su uso un pésimo negocio.

En materia de movilidad es evidente la falta de gerencia y de planeación. Los grandes retos para el transporte urbano no han tenido las respuestas adecuadas y los problemas a los que estamos sentenciados diariamente los residentes y visitantes de la ciudad son permanente dolor de cabeza para el usuario y penoso retrato para el turista. Aunque aparecieron y se desarrollaron ante el cúmulo de improvisaciones, malos manejos y políticas equivocadas de buena parte de sus antecesores, se acentuaron y no encuentran solución en la Bogotá Humana.

Como gancho comercial, nada atractivo resulta ofrecer el viacrucis que se vive en nuestras vías urbanas y que configura un escenario bastante lejano de encarpetarse como oferta de servicio e imagen para promover la ciudad y darle la valía de un destino de viajes competitivo. La movilidad y la calidad del transporte que deberían ser valor agregado al producto turístico, un elemento más en la cadena, no suman como componente estratégico, y producen una experiencia negativa que el turista exporta y multiplica a sus alrededores.

Construir alternativas de movilidad, como puede ser la propuesta del alcalde Petro del día mensual sin carro, sería una excelente idea y un paradigma histórico, si existiera un sistema integrado de transporte con estándares de calidad, eficiente y cómodo, y una operación de taxis segura y ejemplar. Es el cotidiano maltrato en el servicio de transporte público el que obliga al usuario a emigrar hacia el vehículo privado.

Bogotá necesita iniciar rápidamente la primera línea del metro, para que este proyecto deje de ser un caballito ganador de los aspirantes a la alcaldía. Su construcción sería quizás la tabla de salvación del TransMilenio, un jugoso negocio privado que por ahora nada tiene de amable ni de humano, y que junto con el resto de la movilidad, deja muy mal parada a la ciudad como un destino de viajes recomendable. Pero el metro -visto desde Planeación Nacional- parece que requiere más que un centímetro de voluntad política.

gsilvarivas@gmail.com

 

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