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Ni crimen ni castigo

Manuel Drezner
03 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

La esperada visita del Teatro de Arte de Moscú presentó una adaptación de la gran novela, una de las básicas de la literatura mundial, Crimen y castigo, de Dostoievski.

Tengo sin embargo la impresión de que para quien no conozca la novela original resulta difícil entender lo que pasa sobre el escenario, ya que esa versión es una especie de colcha de retazos, con una serie de escenas sueltas que además no siempre son fidedignas a lo que escribió Dostoievski. Pero además existe el hecho de que esta presentación abandonó las ideas de su fundador, Stanislavsky, en el sentido de que su método se basa no sólo en la compenetración de los actores con su personaje, sino que además exige que las motivaciones sean claras. Pero en este Crimen y castigo no sucede esto. Dostoievski trató de mostrar que Raskolnikov, el protagonista, al asesinar a la prestamista y a su hermana quería por un lado convertirse en un superhombre para quien no rigen las leyes de la gente común y, por el otro, usar el dinero de la usurera en beneficio de la humanidad. Esa es la clara motivación y ella no aparece en lo que se nos mostró, de modo que el resultado es un simple crimen como cualquier otro.

Por otra parte, el personaje del investigador Porfirio Petrovich está lejos de ser en esta adaptación lo que quiso describir Dostoievski. Petrovich es un intelectual que usa métodos astutos y sutiles para lograr la confesión de Raskolnikov, y esto lo convierte en un personaje que definitivamente no es ese pobre diablo atacado por las hemorroides y casi que un payaso que nos mostró la versión que vimos. El castigo en la novela es, por la parte moral, el arrepentimiento y toma de conciencia de Raskolnikov, y por la física, el exilio a Siberia. En éste lo debe acompañar Sonia, la prostituta de buen corazón que es la catálisis de la confesión de Raskolnikov, pero que en la adaptación es asesinada por éste; en ningún momento muestra los tormentos de su conciencia y trata de solucionar todo con un suicidio frustrado que no es de Dostoievski. La falsa confesión del pintor aparece, pero no su consecuencia de que al tormento de Raskolnikov por su crimen se agrega el mandar al cadalso a un inocente. Es inexcusable el melodramático final donde muestran a una loca madre de Sonia, episodio que en la novela se lo cuentan a Raskolnikov pero está lejos de ser la culminación que aquí se presenta.

 

 

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