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No todos los medios valen

Eduardo Barajas Sandoval
12 de julio de 2011 - 10:14 a. m.

La competencia por obtener información no puede justificar el uso de todos los medios por parte de los medios de comunicación.

Las responsabilidades propias del oficio de informar se deben ejercer conforme a unos parámetros que no deben incluir solamente preceptos sobre la forma como se les piden cuentas a los demás, sino sobre la manera en la que se puedan rendir cuentas en cualquier momento. Todo esto sin esperarse a judicializar los casos, es decir a llevarlos ante las instancias judiciales y esperar por su veredicto, porque existen un orden moral y un orden político paralelos que no se pueden ignorar por parte de los periodistas, ni de los gobernantes, ni de los ciudadanos.

El rigorpolítico con el que se ha tratado el tema de la información obtenida indebidamente en la Gran Bretaña, mediante la interceptación de mensajes de celular, tiene que servir de algo. Porque es muy diferente actuar de una vez, asumir responsabilidades y tomar decisiones tajantes, que esperar a que la justicia se pronuncie algún día, que es una excusa totalmente válida pero pierde la eficacia del don de obrar a tiempo, permite que los problemas se desdibujen ante la opinión y, lo que es peor, que las anomalías se sigan presentando y se conviertan de pronto en prácticas comunes que llaman la atención de muy pocos.

Una práctica al parecer recurrente del periódico londinense News of theWorld, era la de aprovechar que muchos personajes, como tantas personas en todo caso, nunca cambian el pin de sus celulares para acceder a la información de los mensajes que les dejan. Utilizando los números que por defecto traen los aparatos, algunos periodistas aprovechaban para entrar a los buzones de una gran cantidad de personas, que podrían contener información publicable dentro de la idea de escándalo que ha caracterizado al periódico. Idea que en todo caso ha puesto al descubierto al menos diez de los más sonados escándalos de la vida pública británica, desde el caso de John Profumo, en 1963, cuando se descubrió que éste, para la época Ministro de Defensa, tenía relaciones con Christine Keeler, quien a su vez era, o había sigo amiga íntima de un agente soviético.

Al ponerse en evidencia las prácticas recientes del periódico, ya denunciadas dentro de la feroz competencia por la información que libran a diario los distintos medios de la prensa en la Gran Bretaña, como en el resto del mundo, se hizo notar que el director del periódico había sido por un tiempo nada menos que director de comunicaciones del gobierno conservador de David Cameron. Este reaccionó de inmediato y decidió convocar ahí mismo una comisión de alto nivel e indiscutida prestancia para aclarar el problema, no sólo desde el punto de vista estrictamente jurídico, sino también desde los ángulos político y moral. Nótese bien que Cameron optó por un camino diferente del de saltar a defender a ultranza a su antiguo funcionario, a acusar a su vez a alguien, a desprestigiar a la justicia, o simplemente a decir que esperaría hasta el momento en que los jueces hubieren tomado la última decisión y esta se hubiera ejecutoriado, como habría pasado en una de esas ferias de política para principiantes en democracias incipientes, que no tienen noción del concepto de las responsabilidades políticas.

Por su parte, Rupert Murdoch, el australiano gran patrón de la prensa, decidió tajantemente cerrar el periódico luego de ciento sesenta y ocho años de vida, y sobre todo en un momento en el que su tiraje semanal se aproximaba a los tres millones de ejemplares por semana y sus lectores sumaban más de siete en todo el Reino Unido. Así, de manera aparentemente inclemente, desconectó su publicación de la corriente diaria de la vida británica, que desde 1843 encontraba en el periódico uno de sus medios tradicionales. Pero fue mucho más allá y tal vez en defensa de su reputación, donó los ingresos de la venta del último ejemplar del periódico, muy exitosa, y decidió retirarse también de otros escenarios en los que pretendía avanzar en el campo de lo audiovisual.

Las reacciones tanto del Primer Ministro, como del empresario más poderoso de la prensa británica evitan que, ante la opinión pública, el asunto entre en las aguas lentas del río de las controversias judiciales. Y es aquí donde permiten que, en lugar de dejar las cosas en las manos exclusivas de los jueces, que mirarán solo algunas de las aristas del problema, se abra el debate público, tanto al interior del Reino Unido como en todo el mundo, sobre temas recurrentes que vale la pena volver a visitar de vez en cuando. Temas relacionados con los límites de la acción indagatoria de los periodistas, las necesidades cada vez más complejas de regulación del manejo de la información, las responsabilidades de los propietarios y directores de medios, las relaciones entre el poder de la prensa y el poder de la justicia y la danza permanente entre políticos y periodistas, que se requieren mutuamente pero llevan pocas veces el mismo paso. La opinión pública y la sanidad mental de cada país merecen que se haga el ejercicio.

 

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