Nomeolvides o la búsqueda de una flor imposible

Arturo Charria
23 de marzo de 2017 - 04:00 a. m.

A mi padre que nació un día como hoy, hace 66 años.

Nomeolvides o la búsqueda de una flor imposible

Sus pétalos son celestes, aunque en ocasiones se llena de tanto color, que toda ella se tiñe de morado. Su botón es amarillo con un pequeño punto negro en el corazón. Tiene cinco pétalos que duran pocos meses en su cuerpo antes de caerse para volver a crecer. Florece entre los matorrales y en el filo de los caminos; está en muchas partes, aunque resulte imposible encontrarla. Es la flor de nomeolvides: símbolo de los amores eternos y de la memoria.

Su búsqueda nos ha ocupado las últimas semanas: viveros, floristerías, tiendas de jardinería, el jardín botánico, profesores de colegio y de universidad, expertos en el tema y aficionados en la materia. Como toda búsqueda la información es plural y contradictoria: “Hace como cuarenta años que no la veo”, nos dijo con seguridad una vendedora de plantas y flores en la Plaza de Paloquemao; mientras que otra vendedora nos señaló un local en el que aseguraba haberla visto. ¿Cuántas horas se necesitan para encontrar una flor?

De haber sabido que la búsqueda tendría tal grado de complejidad lo mejor habría sido recurrir a un método más sistemático, como los que se leen en las novelas policiacas. Como en toda búsqueda colectiva, unos y otros terminamos recorriendo los mismos pasos: perseguimos las mismas pistas, hablamos con las mismas personas y nos entusiasmamos con las mismas ilusiones. Borges decía en su poema El Gölem: En las letras de ‘rosa’ está la rosa y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’. Por eso no podríamos dejar la búsqueda de la flor imposible, porque en el sonido de la palabra “nomeolvides” está toda la materia que dibujamos con solo nombrarla.

Para los románticos alemanes de finales del siglo XVIII, la flor azul fue su máximo símbolo. La búsqueda fue iniciada por Novalis, quien solía soñar con una flor azul que iluminaba las piedras de una caverna, cada noche soñaba con ella y despertaba cuando estaba a punto de tocarla. Su búsqueda era el motivo, no la flor. Así comprendemos que toda búsqueda es un aprendizaje de la mirada; a través de la contemplación redescubrimos un mundo que siempre ha estado ahí y pasa de largo sin que nos demos cuenta de su existencia.

Amigos y familiares nos han ido sugiriendo lugares en donde encontrarla, pero el azul no es tan celeste o el botón no tiene la forma circular que tantas veces hemos dibujado en nuestro pensamiento. Dicen que existen veinticinco especies de nomeolvides y nosotros queremos encontrarlas todas, para sembrar de amores que no terminan los jardines de la memoria, de nuestra memoria.

Pero hay que cultivar la memoria, no basta con sembrarla: estar atentos a ella, y protegerla, como a una planta que se quiere, de las lluvias de sucesos violentos que tanto nos saturan y que parecen no detenerse, o de los días en los que el sol es tan fuerte que nos impide comprender lo que está pasando ante nuestra mirada.

@arturocharria

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