Ñoñerías

Hablando sobre "esa cosa de los toros", a Antonio Caballero le parece que en el mundo cada vez son más los ñoños.

Se refiere, creo, a una especie de infantilización a la que habríamos llegado en tiempos recientes por obra y gracia de la maricada con el cuidado de los animalitos.

No lo dijo en esos términos tan coloquiales, pero así sonó. Frente a la muerte del toro, la ñoñería sería una tendencia a “azucarar la vida”, a “presentarla falsamente como un merengue de color de rosa para que no se asusten ni se escandalicen los niños y las niñas y los ñoños”. El que habla ya no es el caricaturista. Es más bien un familiar lejano muy serio, ahora convertido en tío caduco: el tío chocho que alguna vez fue un enfant terrible. Su caricatura.

En su habitual jueguillo de palabras, Caballero explica que “la cosa de los toros” está llena de sentidos y de significados “éticos y estéticos (y atléticos, y cinéticos)”. Le faltó, claro, lo de tétricos. Además de patéticos. Si no es que diuréticos. En algún punto de su acostumbrado sermón de especialista ilustrado, vuelve al argumento de la incomprensión de los que no entienden el arte del toreo. El público “ignaro e inocente”, que no ve que la fiesta brava es una celebración “de la verdad”.

Tanta y tan variada prosopopeya (“payasada retórica” diría Caballero sobre Caballero) termina en un giro nada inesperado: el ataque al “empobrecimiento cultural que es consustancial al avance devorador de la civilización”. Aquí la que dirige la rabieta ya no es la razón, de la que tanto hace alarde el escritor, sino la nostalgia. Arrancamos con macheriles referencias liberales a la ñoñería y terminamos en un lloriqueo de conservador.

Lo triste es que no hay consuelo posible. En una entrevista reciente, Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones, dijo que el rap es para gente sorda. Nadie lo escuchó.