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Nuevo y Viejo Mundo

Rocío Arias Hofman
15 de junio de 2012 - 11:00 p. m.

Si hay algo igual o casi igual de rico, versátil, estimulante, precioso, hondo, locuaz y lujurioso que el lenguaje, quizá sea el vino.

¿Quién lo diría de una bebida visible en tres colores cuyos matices tanto en sabor como en color proponen variedades infinitas? Por eso, no es exagerado intuir que quienes han crecido entre el vino sean capaces de albergar algunos secretos de la comunicación humana. El paladar y la palabra para saber quiénes somos.

No resulta difícil abordar este asunto con Guillermo Barzi Canale y Juan Muga. De cada uno puede decirse que ha sido cultivado, vendimiado, fermentado y criado entre uvas, pues ambos nacieron en el seno de dos familias arraigadas como una cepa a los campos vitícolas. Canale es del Alto Valle del Río Negro, en la Patagonia argentina, y pertenece a las bodegas Humberto Canale, fundadas por su bisabuelo en 1909, un ingeniero visionario. Muga es del pueblo de Haro, en La Rioja española, y su herencia es Muga, la casa de vinos creada en 1932 por sus bisabuelos Isaac Muga y Aurora Caño. Hoy en día ambos se desempeñan como directores comerciales de sus respectivas bodegas, que están concebidas desde la tradición y abordan las vicisitudes del mercado moderno con una estructura arraigada en el negocio familiar donde, reconocen, les cuesta mucho delegar. Son de los que viven al pie de los viñedos con un equipo de trabajo que también pasa, generación tras generación, por las labores exigentes del cuidado de la uva. Su techo son los cielos límpidos alumbrados por el sol; sus paredes, los vientos intensos, y su suelo, las tierras de dos regiones que tanto en el Nuevo Mundo de América como en el Viejo de Europa resultan aptas para producir varias de las mejores variedades que se conocen. Tempranillo, Garnacha y Viura, en el caso de Muga; Pinot Noir, Merlot y Torrontés, en el de Canale. Con ellas llenan al año tinas y barricas fabricadas en madera de roble donde los tintos se limpian todavía con clara de huevo para llenar más de dos millones de botellas, en cada bodega, destinadas a saciar la sed en una cincuentena de países. Muga recalca que su negocio está hecho “con mucho huevo”. Tras la risa, la cifra: 400 claras por cada 16 mil litros de vino.

A Muga y a Canale les sientan que ni pintados los versos escritos por el poeta Neruda en su “Oda al vino”: “Que lo beban / que recuerden en cada / gota de oro / o copa de topacio / o cuchara de púrpura / que trabajó el otoño / hasta llenar de vino las vasijas / y aprenda el hombre oscuro, / en el ceremonial de su negocio, / a recordar la tierra y sus deberes, / a propagar el cántico del fruto”.

Y en ese lenguaje poético se expresan también para detallar la calidad de la próxima cosecha, con sólo tocar la piel del fruto que la mención bíblica describe como “lágrimas de la vid”. Basta darse una vuelta por algunas páginas para constatar lo locuaces que nos volvemos con esta bebida espiritosa. Desde Athos, Porthos y Aramis hasta Don Quijote y Sancho Panza. Canale y Muga lo saben y escancian sus caldos, nada mudos, pero mojan apenas sus labios. La lengua se suelta, la imaginación más.

Hoy es el último día de esta cita alrededor del vino en Bogotá. Aprovechen y tengan en cuenta una advertencia muy clásica, de los propios griegos: “los borrachos de vino caen de frente, mientras que los borrachos de cerveza caen de espaldas”.

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