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Objetos de viaje

Diana Castro Benetti
14 de octubre de 2011 - 11:00 p. m.

Los objetos de viaje tienen vida propia. Además del fetiche obvio por toda maleta, hay quienes salen de paseo con sus jabones, broches y almohadas. No olvidan cremas ni el libro de rigor.

El botiquín puede ser motivo de divorcio si no se consideran calmantes, antialérgicos y demás protectores de imprevistos.

Los objetos de viaje pesan lo que pesan aunque sean ligeros. Bufandas, sombreros y paraguas surgen de los consejos de los antepasados y, a veces, también del clóset de la abuela. Hoy, todo accesorio tecnológico de última moda requiere también de su aditamento propio. Adaptadores, mapas y cambios de hora son cada vez más portátiles y el cortaúñas es un detalle de intimidad que suma al portafolio que todo buen viajero ostenta.

En la vida y los destinos hay pésimos sedentarios que se deshacen hasta de los afectos y coleccionan sus rutas, ideas y amigos sin nunca darles más que una sonrisa desde ese otro lugar desconocido. Saltan al vacío ante nuevas propuestas y adoran las rutas inconcebibles. Pero también existen los pésimos nómadas que viven del estrés imaginario del movimiento y de la lucha interna para que el planeta algún día se quede quieto. Hacen de su casa una guarida contra la inseguridad mundial.

Se viaje a pie o en clase ejecutiva, en casa o por el mundo, cada quien organiza su maleta atiborrada de incógnitas, saberes, pensamientos y recuerdos. Casi como objetos de un viaje interior, lo que llevamos dentro se hace agradable o sofocante según el afán del caminante. Al nacer, empacamos sin miedo las ilusiones y activamos la curiosidad por un futuro incierto. Poco a poco el cuerpo se llena de vivencias y frustraciones. Retahílas, ropajes o limosnas, pueden ser parte de cualquier recorrido de vida, pero hay cargamentos que resultan adorables y otros que pasan sin dejar huella. Los amores, los desafíos conquistados, los sueños más allá de las imposibilidades y todos los besos, vienen a ser esos accesorios obligados de todo errante. Pero hay que decir, sin un asomo de duda, que la envidia, la rabia, las culpas y los rencores son como bultos que se van pegando para condenar al viajero al estancamiento eterno. Ni un buen trasteo los deja atrás.

Para ser nómadas con pies en tierra, es mejor dejar lo que no sirve lejos en un pasado despercudido, mantener limpia la cabeza de expectativas inútiles y ser consciente de que, en últimas, lo único que se posee es este instante.

otro.itinerario@gmail.com

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